En este mes de junio de 2012 se cumplirán 50 años de la fundación del Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que durante toda su existencia liderara Jorge Abelardo Ramos secundado por Jorge Enea Spilimbergo. Fue una apuesta a la transformación revolucionaria del país que bien podría equipararse a la que hiciera aquella generación del 80 (aunque esta llegó al poder lo que no se dió en el caso de la Izquierda Nacional). Fue uno de los mayores intentos intelectuales y políticos por sintetizar el federalismo provinciano, el liberalismo nacional de Roca, el nacionalismo democrático de Hipólito Yrigoyen y el gran proyecto nacional industrializador encabezado por el Gral. Juan Domingo Perón y una importante generación militar y civil que lo acompañó.
Si bien el PSIN y luego el FIP y el MPL que le sucedieron no llegaron al gobierno, el pensamiento de Abelardo Ramos profundamente latinoamericanista -lo que le otorga una originalidad digna de la hora actual- y nacional nuevamente late entre las esperanzas renovadas de la Nación Latinoamericana mergente en el MERCOSUR y el UNASUR.
A
50 años de la fundación del PSIN
Luis Alberto Rodríguez
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America del Sur despierta. Tinta china de la artista ´plástica cordobesa Micaela Trocello |
No fueron mil, ni cien,
sino algo más de una treintena de compañeros en todo el país, algunos de los
cuales nos reunimos y fundamos en 1962 el
Partido Socialista de la Izquierda Nacional
(PSIN).
Ese encuentro ocurrió en Buenos Aires,
los días 15 y 16 de Junio, en la parte del frente de una casona de bajos, que
alquilamos en la calle Soler 3847 del viejo barrio de Palermo.
La circunstancia política
de entonces estaba dada por la crisis, tanto de la sociedad argentina como la
de los exangües partidos tradicionales, en
los que se encontraba la izquierda portuaria, desvinculada del proceso
histórico de las masas argentinas.
La concreción
en una organización militante de la corriente ideológica conocida como
Izquierda Nacional, tuvo en Jorge Abelardo Ramos a su inspirador y nervio. Este
pertenecía al grupo originario constituido por Aurelio Narvaja, Adolfo Perelman
y Enrique Rivera (sin que ello signifique olvidarnos de otros destacados
compañeros), grupo que había sentado las
bases de dicho pensamiento. Sin duda que a Abelardo le cabía lo que Castelnuovo
dijera sobre Víctor Serge: “No pensaba para seguir pensando y hacer un oficio
del pensar. Pensaba para poner en práctica su pensamiento”.
Esos forjadores dejaron una huella profunda porque no fueron hombres de nadie, sino leales a una causa. A este
respecto es pertinente recordar la confesión hecha por Perón al periodista
Esteban Peicovich: “Me pregunta
usted qué epitafio desearía para mi tumba, me gustaría que dijera únicamente:
“Aquí yace un hombre que vivió y cumplió una causa… Y esa gran causa fue la que me hizo grande”.
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Jorge Abelardo Ramos en una de las tantas reuniones con sus compañeros |
El núcleo duro que acompañaba al Colorado lo constituía el tándem
conformado por Jorge Enea Spilimbergo y el metalúrgico Manuel Fernando Carpio.
En tanto que la plataforma operativa para el mencionado encuentro era la “Librería del Mar Dulce”, donde también
funcionaba la “Editorial Coyoacán”. En dicho lugar, salpicado por la simpatía
de la querible Faby Carvallo, se lo solía ubicar a Ramos, motivo por el cual era
un caedero de amigos y desconocidos. Ello sucedía por la vorágine de los
acontecimientos políticos del país y también por la característica de la personalidad
de aquel, que lo llevaba a relacionarse con infinidad de seres, pero
fundamentalmente con personajes poseedores de aristas singulares, los que
marcaban con su sello el paso de su tiempo histórico.
Allí conocí y traté, entre otros, a
Arturo Jauretche, los mencionados Carpio y Spilimbergo, Ricardo Carpani, el Tucho
Methol Ferré, Fermín Chávez, José María Rosa, Luis Alberto Murray, Enrique
Oliva (François Lepot), Pajarito
García Lupo, Enrique Pavón Pereyra, Ángel Pérelman, Alfredo Terzaga, Carlos
Díaz y Alberto Converti (estos cuatro últimos ya venían de la Izquierda
Nacional).
En los albores de los ‘60 -rebotando aún
los desgraciados ecos del golpe de Estado contra el gobierno peronista-, la
cultura y la revolución iban del brazo, causa por la cual los siguientes
acontecimientos atrajeron la atención de amplios sectores de argentinos: los
libros Los Profetas del Odio, de Arturo Jauretche, y Revolución y
Contrarrevolución en la
Argentina, del Colorado
Ramos; la novela Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato; la exposición pública del Grupo Espartaco
(orientado por el pintor Ricardo Carpani) y la música de Astor Piazzolla, con
su emblemático Adiós Nonino.
Pero, ¿de dónde provenían la mayoría de aquellos delegados que le dieron
vida al PSIN, esos que se reunieron ante un
gran mural realizado por Carpani y cuya figura central era un magnífico
centauro gaucho? Ellos constituían una muy pequeña
representación de lo que, con posterioridad, se conocerá como la “nacionalización
de la clase media”. Esos jóvenes militantes, que conformaban dos grupos, venían
de una gran decepción, tan grande como la ilusión que los había llevado a la
acción política.
El núcleo más importante provenía del “socialismo de vanguardia” -sector
que era un desgajamiento de las múltiples escisiones sufridas por el
esclerosado tronco del Partido Socialista-, que influenciado por la incomprensión hacia el peronismo y por la
triunfante revolución cubana, terminará quedando a medio camino en el entendimiento de la
cuestión nacional.
El otro grupo estaba integrado por
universitarios derivados de la frustrante experiencia frondizista. A partir de
1957, el Dr. Frondizi había concitado el apoyo de importantes estamentos de la
clase media al hacer eje en una salida política nacional y en una economía al
servicio del país, con democracia y sin proscripciones. Toda la actividad política estaba a flor de piel,
en un vertiginoso y confuso conglomerado de causas y efectos. Es por eso que,
en búsqueda de orientación, muchos de nosotros empezamos a seguir los análisis
y posiciones políticas que Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz explicitaban desde
la revista Que, de gran influencia en aquellos tiempos.
La labor desarrollada por Don Arturo y
Scalabrini no solo dio contenido a la batalla electoral que se avecinaba, sino
que, por la continuidad de la prédica, llegaron a constituirse en los
auténticos “formadores de la conciencia nacional en la Argentina contemporánea”.
Como es sabido, el proceso frondizista desembocó
en la traición al acuerdo con Perón, la sumisión al imperialismo, la burla al
estudiantado al implantarse la enseñanza libre, el despojo al triunfo electoral
del peronismo, la entrega del petróleo y el comienzo del desguace ferroviario.
Así, en marzo de 1960, frente a las sucesivas huelgas obreras y protestas
estudiantiles, se declaraba al país en “estado de conmoción interna”. Ello
posibilitó la detención de cientos de activistas estudiantiles y sindicales -entre
los que se encontraban Andrés Framini y José Rucci- y la intervención a varios
gremios. Como era previsible, en 1962, Frondizi terminará siendo derrocado por
el mismo ejército del general Aramburu.
Volviendo a ese año y al PSIN, digamos que no había nada más, salvo lo
más importante: la esperanza y la
militancia para luchar por las banderas históricas del movimiento nacional en
la perspectiva revolucionaria del socialismo criollo.
Una segunda oleada –un poco más extensa que la anterior- se hizo
presente apenas el Partido comenzó a entreverarse en la política nacional: Alberto
Guerberof, Rodolfo Balmaceda, Jorge Raventos, Jorge Beinstein, Juan Barat y
Leopoldo Markus, en Buenos Aires; Silvio Mondazzi, Roberto Ferrero y Roberto
Reyna, en Córdoba; Hipólito Bolcato, Juan A. Geobergia, Pericles Dentesano y
Mario Lacava, en Santa Fe; Mario Bernich, Osvaldo Pérez y Clarisse Pasmanter,
en Chaco; Bailón Gerez, Raúl Dargoltz y Carlos Zurita, en Santiago del Estero;
Adolfo Marengo y Marcelo Palero, en Mendoza; Gregorio Caro Figueroa y Ana María
Giacosa, en Salta; Simón Gómez en Catamarca.
Así, de a poco y con mucho sacrificio, aquel partido fue tomando
encarnadura y abarcando con su influencia política y organización a casi todo
el país. Años más tarde, en 1971, se transformará en el Frente de Izquierda
Popular (FIP), y en 1987, en el Frente Patriótico de Liberación (MPL). Vaya,
entonces, en este aniversario del PSIN, nuestro recuerdo fraterno para los
miles de abnegados compañeros que hicieron -y los que aún siguen haciendo-
camino al andar. Y vaya también nuestro homenaje a quienes ya no están
físicamente entre nosotros, pero perduran en nuestro recuerdo por la persistencia
de sus esfuerzos y sus ideales.
Como escribiera Van Gogh: “Los
molinos ya no están, pero el viento sigue todavía”.
Buenos
Aires, Junio de 2012.-
A
P É N D I C E
LA IZQUIERDA NACIONAL YA
TIENE SU PARTIDO
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Trabajadores y Ciudadanos:
DELEGADOS de todo el país, en junio de este año, han fundado el Partido
Socialista de la Izquierda Nacional. Sus cuadros se integran con hombres
provenientes del llamado "socialismo de vanguardia" (Secretaría
Tieffenberg), con militantes del Partido Socialista de la Revolución Nacional
(disuelto por la Revolución Libertadora) y con numerosos núcleos obreros y
estudiantiles independientes embanderados en el programa de la Izquierda
Nacional.
Jóvenes revolucionarios sin
compromisos con el pasado, y militantes más experimentados del socialismo
revolucionario, se han unido para echar las bases de un movimiento político,
independiente del imperialismo, de la burguesía nacional y de la burocracia
soviética. En todo el país, los sostenedores de estas ideas eran conocidos
como partidarios de la Izquierda Nacional. Era hasta hoy un movimiento
puramente ideológico; se ha transformado en partido político precisamente en
el momento que los partidos clásicos de la oligarquía, de la clase media y de
las "izquierdas cipayas" atraviesan su crisis más profunda. Los
partidos tradicionales de izquierda y de derecha expresan en sus convulsiones
la decadencia general de la vieja sociedad Argentina.
El Partido Socialista de la
Izquierda Nacional aspira a poner orden en este caos y a trazar las líneas de
una política proletaria independiente en la Revolución Nacional. Si la
oligarquía demuestra su total impotencia para resolver los problemas
argentinos, y si la burguesía ya ha hecho su prueba, el proletariado aún no
ha dicho su última palabra.
¿Qué es la Izquierda Nacional?
Pero antes de examinar las clases y los partidos de la Argentina, corresponde
decir quiénes somos y que títulos podemos exhibir ante los trabajadores para
justificar nuestra existencia.
Todos los obreros recordarán
que antes del 17 de octubre de 1945 el país estaba dividido entre los
partidarios del ingreso argentino en la guerra imperialista mundial y
aquellos que se oponían a la infame matanza.
La cipayería acusaba de "nazis" a los neutralistas de la pequeña
burguesía y a los marxistas revolucionarios que condenaban la guerra. Entre
estos últimos estábamos nosotros, desde 1939.
Los mismos cipayos de esos
años -radicales, conservadores, socialistas y comunistas- serán los que
formaron luego la Unión Democrática contra el peronismo. Y cuando en 1945 las
masas populares imprimieron un nuevo rumbo a los destinos del país, los
socialistas revolucionarios, un puñado tan solo, estuvieron junto al pueblo y
recibieron con el pueblo el mote de "nazi-peronistas". En 1945
también nosotros éramos "nazi-peronistas", únicamente porque, sin
ser peronistas, apoyábamos la lucha contra el imperialismo y las grandes
realizaciones del gobierno de Perón. Las condiciones políticas de la pequeña
burguesía, polarizada en el antiperonismo mas ciego, y de la clase obrera,
polarizada en el peronismo como su primera etapa de lucha política,
impidieron que la ideología socialista revolucionaria cristalizase en
partido.
Hubo una tentativa, suprimida
por los gorilas de la revolución libertadora, que fue el Partido Socialista
de la Revolución Nacional. Precisamente en ese agrupamiento, con la edición
del periódico "Lucha Obrera", aparecido al caer Perón, centenares
de miles de trabajadores aprendieron que podía haber en el país un socialismo
realmente argentino y revolucionario, aliado al peronismo, capaz de señalar
el camino en las horas más difíciles y dolorosas del país.
Es en ese momento, en abril
de 1955, que lanzamos la idea de la Izquierda Nacional, como contrafigura de
la izquierda cipaya tradicional, y cuyo contenido no podía ser sino
socialista. En una resolución política del 14 de abril de 1955, formulamos en
estos términos la consigna: "Por una nueva Izquierda Nacional y
Latinoamericana! Por un poderoso partido de la clase trabajadora! Por la
lucha irreconciliable contra el imperialismo y sus aliados nativos!". La reacción oligárquica de ese momento nos
excluyó de la acción
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política por muchos años, y
desde entonces libramos la batalla en el frente ideológico para educar a la
nueva generación en los principios de la política proletaria, del método
marxista en la cuestión nacional y de un movimiento socialista que fuese capaz
de interpretar al país tal cual es.
Precisamente cuando el
Socialismo de la Revolución Nacional era disuelto por los gorilas, Alfredo
Palacios era nombrado embajador libertador en el Uruguay, Américo Ghioldi
aullaba que se había "acabado la leche de la clemencia", Tieffemberg
condenaba a la "barbarie peronista" postulándose a los libertadores
para una cátedra en la Facultad de Derecho, y Codovila asaltaba los sindicatos
peronistas con la ayuda de la policía. Estos simples hechos, conocidos por todo
el mundo, permiten comprender el panorama de la izquierda cipaya en 1955, y
también la posición invariable de la izquierda nacional revolucionaria.
Pero la nueva generación
socialista no ha podido ser confundida. La inmensa mayoría de las juventudes
del "socialismo de vanguardia" ha roto sus vínculos con ese grupo
bajo la enseña de la Izquierda Nacional. Jóvenes y veteranos estamos juntos hoy
para acometer una gran empresa, digna de los tiempos borrascosos que vivimos.
El Partido Socialista de la Izquierda Nacional es el instrumento militante para
realizarla. Ese es nuestro pasado. Podemos mirar hacia atrás porque estamos
orgullosos del él. Sin jactancia desafiamos a las izquierdas cipayas a que
hagan lo mismo, si pueden.
Del yrigoyenismo al peronismo
Don Hipólito Irigoyen encabezó un gran movimiento nacional en la época que el
proletariado estaba en formación. Fue la primera tentativa en el siglo XX para
restringir la influencia política y económica de la oligarquía agropecuaria.
Las clases que lo componían, la inmadurez del país, su inconsecuencia,
determinaron la frustración de su lucha. El saldo de sus dos gobiernos puede
resumirse en los lineamientos de una política nacional burguesa progresiva que
no logró verificarse sino en el papel. El factor fundamental que abre nuevas
perspectivas para el desarrollo de la revolución nacional es el proceso de industrialización
abierto con la primera guerra mundial, con la crisis de 1929 y con la segunda
hecatombe imperialista de 1939.
A partir de 1930 aparece un
nuevo proletariado, que ya no procedía, como a principios de siglo, de la
inmigración, sino del crecimiento vegetativo del interior y de la crisis
agraria que empuja a los peones a las ciudades industriales en crecimiento.
Esos cuadros de obreros criollos irrumpieron en la ciudad cosmopolita de Buenos
Aires y transformaron su composición nacional y su destino político. La nueva
clase obrera así formada saldrá a la calle el 17 de Octubre y hará sus primeras
armas sindicales y políticas con el peronismo. El movimiento nacional iniciado
por Irigoyen trasladará su eje a partir de 1945 y el elemento predominante en
el peronismo será la clase trabajadora. El radicalismo será desde entonces un
movimiento mixto, de clase media, de burguesía nacional, de agentes de la
burguesía comercial, cipayos y nacionales reunidos.
La aparición del peronismo es
inexplicable sin la formación del frente de clases que lo constituyó. Ese
Frente Nacional estaba formado nos solo por los trabajadores, sino
particularmente por el Ejército, por sectores de la burguesía nacional, por la
Iglesia, por sectores de la clase media urbana y rural y por la burocracia del
estado. El verdadero espíritu revolucionario de ese Frente Nacional estaba
refugiado en las masas obreras. En el Ejército existía un sentido nacional muy
acentuado, aunque limitado por el temor a la clase trabajadora.
En cuanto la burguesía
nacional, solo la presencia de Perón, como regulador y arbitro supremo del
movimiento, contenía el odio de clase hacia los obreros. Para la burguesía
nacional, el movimiento peronista debía estar al servicio de su lucro, y
practicar un antiimperialismo estatal sin sindicatos y sin ideología, sin porvenir
y sin grandeza. Los elementos burgueses y burocráticos de ese Frente no
pudieron impedir que Perón imprimiese a su movimiento un amplio carácter
popular, que es la garantía verdadera de su fuerza; pero lograron suprimir de
él todo vestigio de ideología revolucionaria.
Diese así la paradoja de que un
movimiento nacional apoyado por las masas obreras tuviese una expresión
ideológica reaccionaria, proporcionada por los elementos nacionalistas de derecha,
mientras que, por el contrario, los sectores de la izquierda cipaya
antiperonista, ostentasen fórmulas ideológicas democráticas y
"avanzadas", para ocultar el contenido ultrarreaccionario de su
prédica. A través de esta contradicción de hierro- que alejó del peronismo a
grandes sectores de la juventud pequeño burguesa- transcurrieron diez años de
régimen peronista. Instintivamente, las masas populares rechazaban el partido
peronista, prefiriendo apoyar directamente a Perón, pues sospechaban que los elementos
reaccionarios de la burocracia y de la burguesía estaban más cerca de la
contrarrevolución que de la revolución.
La lucha contra el
imperialismo, por otra parte, no suprime la contradicción de clases dentro del
Frente Nacional; por el contrario, la acentúa y permite medir la consecuencia,
la resolución y el espíritu revolucionario de cada una de ellas frente al
enemigo del país. De ahí la importancia decisiva que en la revolución nacional
actúe un partido obrero independiente, formado por los elementos más decididos
y esclarecidos de la clase trabajadora, capaces de impulsar la revolución hacia
delante y de condenar todas las vacilaciones e inconsecuencias de las otras
clases del Frente Nacional.
Ahogar esta tentativa en nombre
de la "unidad nacional" solo puede servir a los intereses de la
burguesía, capaz de llegar a cualquier acuerdo con las potencias mundiales
(Kennedy, Mac Millan o... Kruschev) antes de permitir que la clase obrera se
convierta en el sector conductor y en el cerebro dirigente de la Revolución.
Virajes a derecha o a izquierda de este género ya los hemos visto, y los
volveremos a ver, pero a no hacerse ilusiones. Solo un partido revolucionario
con raíces profundas en el país será el mejor correctivo para estas maniobras
circunstanciales de la burguesía, destinadas a mantener su control sobre la
clase obrera y el movimiento nacional.
Perón intentó realizar las
tareas de industrialización requeridas por el país con la ayuda del ejército y
la clase obrera, sus dos fuerzas fundamentales. Pero los elementos burgueses y
conservadores de su movimiento impidieron esa industrialización alcanzase su
necesario vuelo. Esto solo podía lograrse económica y políticamente, con la
expropiación de la oligarquía terrateniente, de la burguesía comercial, de los
frigoríficos y de otras inversiones extranjeras que ahogan al país. Al dejar en
pie esos pilares de la reacción, Perón fue derribado en 1955.
La oligarquía, que había sido
políticamente expropiada, pero a la que restaba intacta toda su base económica,
reconstituyo sus fuerzas y siete años después de la caída de Perón, continua en
la plenitud de su poderío.
El triunfo electoral de
Frondizi reflejo la debilidad fundamental del país en 1958. Aniquilados los
sectores del ejército que habían sostenido el régimen peronista, replegada la
clase obrera a sus reductos sindicales, desmantelados los sistemas defensivos
de la economía nacional creados por el peronismo, Frondizi subió al poder
condicionado por tales limitaciones. Representante de la pequeña burguesía
democrática y de los nuevos sectores de la burguesía industrial creados bajo el
régimen peronista, toda su política consistió en evitar un enfrentamiento con
el imperialismo; por el contrario, y demostrando que la pequeña burguesía posee
un alto respeto por la gran burguesía, intentó "persuadir" a los
Estados Unidos que la industrialización argentina era un contrafuerte ante el
avance del "comunismo" hemisférico.
Su buena voluntad se demostró
accediendo a todas las exigencias imperialistas: sin prensa propia, sin banca
nacionalizada, sin IAPI, sin control de cambios, sin capitalismo de estado, no
le quedó más remedio que comprender al fin de su ciclo que el imperialismo
había aprovechado esas concesiones para reintroducirse en la economía argentina
sin dar nada en cambio. El frondizismo- esto es, la burguesía nacional- intentó
gobernar fundado en dos clases: la oligarquía y la burguesía. El resultado está
a la vista y las contradicciones hirvientes de su gobierno respondían a la
quimérica tentativa de buscar la estabilidad financiera para la oligarquía y el
desarrollo para la burguesía. Con lo cual no podía satisfacer plenamente ni a
la una ni a la otra.
El papel desempeñado por los
"planteos" militares en ese tumultuoso proceso revelaba por un lado
que las fuerzas armadas habían quedado enfeudadas desde 1955 a la influencia
ideológica del imperialismo y por el otro que a Frondizi y a su clase le faltó
la audacia y resolución necesaria para impulsar una abierta política nacional
capaz de reeducar a los cuadros de oficiales en la lucha misma. El carácter
semicolonial de la Argentina quedaría suplementariamente demostrado por estos
hechos, reveladores en definitiva que solo la clase obrera a permanecido fiel a
las banderas de la liberación nacional y que no ha podido ser jamás confundida
en medio del caos político de los últimos años.
Esta conciencia profunda de las
masas populares resulta más patética a la luz de los teóricos que el frondizismo
ha producido en el curso de sus cuatro años de gobierno. Frigerio es uno de
ellos y en sus lastimosas tesis puede medirse toda la impotencia de nuestra
burguesía nacional. Incapaz de salvarse a sí misma del abrazo estrangulador de
la oligarquía, mal podría pretender salvar al país. Al idealizar el papel
económico del imperialismo, la burguesía y Frigerio dicen bien a las claras que
han renunciado a conducir la defensa de los intereses nacionales y aun de su
propia existencia.
Mientras que la oligarquía y
sus partidos sostienen la necesidad de volver a la prosperidad del Centenario y
hacer emigrar a los diez millones de argentinos que la economía agropecuaria no
puede alimentar, los partidos de la pequeña burguesía como el radicalismo
sostienen que la salvación radica en la Alianza para el Progreso. Si no podemos
industrializarnos desde adentro, busquemos la industrialización por afuera! A
esto se reduce su ideología meteca.
Los elementos de la izquierda
cipaya, a su vez, proponen como suprema panacea, "negociar" con la
cortina de hierro. Cipayos de izquierda y derecha, olvidan todos a nuestra
América Latina, la reserva del imperialismo y la base de nuestra verdadera
unidad, independencia y grandeza. Ninguno de estos partidos a planteado el
problema de la unidad latinoamericana, de establecer íntimas relaciones con los
pueblos hermanos y de crear un comercio Inter-Latinoamericano capaz de oponer
al comprador y vendedor único, un monopolio latinoamericano de productos para
defender ante el imperialismo una gran patria dividida.
Esto no significa que el
socialismo de la Izquierda Nacional ponga en un mismo plano al bloque
socialista y al imperialismo. En el campo del socialismo, sean cuales fueran
sus deformaciones burocráticas y sus errores, flamea la bandera de toda la
humanidad. Pero los caminos que conducen al socialismo no han sido trazados en
ninguna parte. Y menos que nadie por la burocracia soviética, especialista en
estrangular revoluciones. Tan solo nosotros, y solo nosotros, determinaremos
las ideas y la conducción de nuestra lucha en América Latina. Y solamente así
nuestra revolución no se expondrá a ser negociada en las chancillerías por
Kruschev como hizo Stalin en su tiempo con los movimientos nacionales y
coloniales.
Nuestros países deben negociar
con Estados Unidos, con la Unión Soviética y con todos los estados del mundo,
sin ninguna clase de restricciones ni de intimidaciones. En cuanto a los escépticos que niegan la posibilidad de un
desarrollo económico sin
ayudas del imperialismo y a los izquierdistas cipayos que ven solo en el
comercio con la Unión Soviética en la "coexistencia pacífica" la
clave de nuestro progreso, respondemos: no hay desarrollo sin revolución, y
no puede haber real liberación argentina sin revolución latinoamericana.
La grandiosa revolución
cubana, por el retraso del movimiento en América Latina, está confinada a una
isla. Nada mejor puede pedir el imperialismo que insularizar nuestras
revoluciones, que aislar a Bolivia en el altiplano o a Cuba en el Caribe.
Tampoco puede inquietar a la burocracia soviética esta dramática situación.
Pero a nosotros, los latinoamericanos, el destino de Cuba o Bolivia, sus
avances o desfallecimientos, aluden a nuestro propio destino. Dejemos que
esas revoluciones den motivo a los cipayos de izquierda a un
"cubanismo" frenético, destinado a ocultar la verdadera naturaleza
de nuestra propia revolución. Dejemos que los "cubanistas" sean
revolucionarios en la Habana y cipayos en su propio país. No hemos de juzgar
a los heroicos cubanos por sus deplorables epígonos de Buenos Aires, sino por
sus propios actos, y aun por sus errores. Tenemos autoridad suficiente para
hablar de ellos sin que la cipayería adicta a todas las revoluciones
triunfantes pueda conmovernos.
¡Compañeros y Trabajadores!
Nos hemos lanzado a la acción política porque abrigamos la profunda
convicción que la clase obrera necesita un partido de clase independiente.
Estamos en el vasto escenario de la revolución nacional y pretendemos ser la
autoconciencia del proletariado en esa lucha gigantesca. Un partido realmente
revolucionario es "el factor consciente del inconsciente proceso
histórico" pero no puede operar maravillas. Tan solo si la clase
trabajadora necesita del socialismo, se hará socialista. Pero esa exigencia
está en la naturaleza misma del régimen capitalista; ese régimen, sufre una
agonía mortal en el mundo entero.
Las particularidades del
proceso argentino han determinado, por el contrario, cierto desarrollo
capitalista moderno, producido gracias a la ruina general del sistema en
escala internacional. Esa es la razón por la cual el empuje de la
industrialización está detenido y las primeras manifestaciones de la crisis
industrial aparecen en nuestro país. Surgidos a la vida histórica como
factoría inglesa exportadora la crisis del imperialismo nos permitió
industrializarnos.
La expresión política de ese intento
fue el ‘45 y el peronismo. Su derrocamiento fue la señal de parálisis, lo que
debe llevarnos a la conclusión que no habrá para nuestro país, ni para
ninguna otra semicolonia del siglo veinte otro camino para industrializarse
que no sea la revolución. Dicho en otros términos estamos condenados al
estancamiento a la degradación económica y a la miseria si no reconstruimos
un país industrial.
Toda la cuestión se resume en
la respuesta a esta pregunta: ¿Qué clase dirigirá el proceso? Nosotros
creemos que lo hará el pueblo argentino, con su clase obrera al frente,
verdadera personificación de toda su historia. Y contra ella estarán los
eternos rivadavianos, mitristas y cipayos de 150 años de guerras civiles.
Pues si los obreros son los montoneros de ayer, el socialismo revolucionario
es el nuevo movimiento para las viejas tareas irresueltas que América Latina
reclama.
¡Compañeros, trabajadores!. El
socialismo de la Izquierda Nacional ofrece a la nueva generación una nueva
bandera!
¡Hacia la segunda revolución de Octubre, hacia un Octubre definitivo e
invencible!
¡Por la liberación nacional y social del pueblo argentino!
¡Por la unidad de América Latina!
¡VIVA EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO!
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COMITÉ EJECUTIVO
PARTIDO SOCIALISTA
DE LA IZQUIERDA
NACIONAL
Buenos Aires, Junio de 1962.-
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Pavón Pereyra, Enrique: Los últimos días de
Perón, Ediciones La Campana; Buenos Aires, 1981, p. 228.