viernes, 30 de diciembre de 2011

LA BATALLA CULTURAL ES BATALLA POLÍTICA


LA BATALLA CULTURAL ES BATALLA POLÍTICA

El Dr. Mariano Grondona, intelectual y político 




Si hay algo que es necesario sincerar en la república es la “batalla política”. En efecto es habitual disfrazar esta, de “opinión cultural”…Esto es así si quien escribe dicha ponencia es un periodista o intelectual del sector más alejado del peronismo o el nacionalismo (hay excepciones obviamente). Por el contrario si quien se expresa es un “revisionista”, dicho texto constituye una politización de la historia y la cultura. Esto es lo que se dice del Instituto Revisionista “Manuel Dorrego” y sus integrantes. Es también lo que sostiene el Dr Mariano Grondona en su artículo que el lector puede encontrar en: http://www.lanacion.com.ar/1429933-la-batalla-cultural-ha-llegado-hasta-la-historia-argentina

En síntesis los revisionistas “hacemos política con la historia” –algo que no negamos sino que explicitamos desde los escritos de Arturo Jauretche y antes aun, dado que partimos de la base que “toda historia es contemporánea”- en cambio quienes como el Dr. Grondona gustan de la historia clásica (la de Bartolomé Mitre, Historia de San Martín e Historia de Manuel Belgrano) y sobre todo de la “moderna”… de Luis A. Romero o Tulio Halperín Donghi, se muestran -y muestran a estos hombres- alejados de la “contaminante” política. Explícitamente se afirma esto en el texto mencionado cuando “lamenta” que la presidenta se ubique dentro de la corriente “revisionista” y no dentro de la “moderna” expresada por el grupo académico de Luis A. Romero o Tulio Halperín Donghi.

Sostengo y de ahí el título de la nota que el Dr. Grondona a quien respeto como estudioso y columnista -aunque disiento con él en sus opiniones sobre la política- no es solamente un intelectual “de raza” sino un “verdadero político”. Obviamente no apuesta a ser candidato, no reparte volantes o pega carteles, y si lo hizo fue allá lejos y hace tiempo, pero sistemáticamente contribuye con su pensamiento, con ideas al “frente opositor”…al peronismo. Hasta estuvo en la carpa docente (contraria a Menem) donde ante una mayoría de izquierda –ideológicamente en las antípodas del escritor, pero políticamente en circunstancial coincidencia- se autocriticó de su apoyo al golpe de estado en los 60.

Algún amigo diría y el propio Abelardo Ramos lo haría: siempre formó parte Grondona del “frente antinacional”, pero yo prefiero utilizar la otra designación, ya que se ubica este en un grupo social que no desea la desaparición de la nación o el boicot a esta, sino que niega la realidad y prefieren la copia de países, con otra historia, otras tradiciones y otra idiosincrasia. De alguna manera son, no conservadores, sino restauradores.

Buscan volver a una Argentina del pasado, en parte a la “república posible” y sobre todo a “la verdadera” que según Tulio H Donghi –historiador “moderno” y político a la sazón- concluyó con la crisis de 1930. La prosa de este pensador que reside en EE. UU., explicita dolor por el fracaso de la amañada presidencia de Arturo H. Illia, a costa de la proscripción del peronismo, al tiempo que la reivindica por prudente, callada y de bajo perfil.  Su relato respecto de la gestación, gobierno y caída del peronismo (1946-1955) carece de las exageraciones de sus maestros como lo fue José Luis Romero. Basa su visión, en considerar, no sin realismo político, los errores tácticos cometidos por la Unión Democrática en 1946. Alfonsín fue su gran esperanza y hasta motivó un opúsculo apadrinado por  la intelectualidad “progresista”, del nuevo presidente electo en 1983, liderada por Pancho Aricó desde el Club de Cultura Socialista. En el mismo intentó una profecía que la historia mostró equivocada: “La larga agonía de la Argentina peronista”.

El traspié en que incurre el fracasado profeta, demuestra lo que creemos es un error conceptual del historiador. Considerar que el peronismo no surge como un cambio estructural que la sociedad argentina reclamaba ante el retiro y la agonía de la influencia inglesa, como una necesidad de industrialización de los países periféricos que aspiraban a la centralidad. Luego de la caída de Perón hasta organismos internacionales como la CEPAL reclamarían aunque con la debilidad propia de las trabas que los grandes intereses imponían, o la incomprensión hacia los movimientos nacionales y populares de hombres como Raúl Prebisch, la industrialización de América Latina. Donghi, modernizado considera a la oposición antiperonista entre 1945 y 1955, como equivocada en sus acciones tácticas no en lo esencial de sus ideas. Por ejemplo tiene claro él, que Perón no era un “nazifacista”. Que el término era una exageración, al igual que el Libro Azul del Departamento de Estado norteamericano y el accionar de Braden…Que este al mostrarse públicamente perjudicó a la Unión Democrática…¿Y si lo hubiese hecho desde las sombras? Sin embargo, nos dice el simpatizante del antiguo socialismo “juanbjustista” “Desde febrero de 1946 la marcha hacia la dictadura [obviamente se refiere al recientemente electo gobierno de Perón] parecía inscrita en las cosas mismas y fue facilitada en cierta medida por la actitud de las oposiciones, para las cuales la victoria electoral no había otorgado legitimidad al gobierno de ella surgido (…)[1]

La realidad es que en los años 60/70 o hacia 1993, o hace pocos días en alguna revista de Buenos Aires, Donghi se parece más a un jefe del partido opositor que a un académico neutral y objetivo tal como pretende mostrarse o desean mostrarlo quienes intentan desvalorizar a aquellos que asumen con honestidad intelectual el debate de ideas. Reclama mejorar el accionar político, unirse, no caer en divisiones estériles y por cierto da la batalla contra el revisionismo del Instituto “Manuel Dorrego”, batalla política que ya había iniciado en 1970 con un opúsculo destinado a desvalorizara a José María Rosa, Rodolfo Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos, Juan J. Hernández Arregui entre otros que tituló: “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional”

Lo único criticable de todo esto es el intento de mostrar una objetividad irreal, hipócrita. No las opiniones, que en todo caso son enriquecedoras y se debaten y rebaten.

Por cierto en dos o tres hechos –podrían agregarse muchos otros- intento demostrar que equivoca el Dr. Grondona cuando habla de los “modernos” historiadores “pacificadores”, de “seriedad científica y tolerancia ideológica”. ¿O es que hablar de la “dictadura peronista” del 46 o la del 73 es mostrar “tolerancia y ciencia”? No resulta casual que Halperín Donghi aparezca con su combativa pluma cada vez que otras visiones como lo son las del grupo que integramos en el Instituto de Revisionismo Histórico Nacional e Iberoamericano "Manuel Dorrego", logran trascender el silencio al que en otras épocas eran sometidos por los medios más importantes.

Me permito disentir con otro concepto esbozado en la nota de La Nación. Creo que el debate, el disenso, las diferentes visiones sobre el pasado, que implican esencialmente desacuerdos sobre el presente, tienden a garantizar la tolerancia ideológica y la pacificación tan deseada. Entiendo que la opinión vertida es parte de la posición política del columnista que con todo derecho resulta ser un militante del pensamiento opositor al gobierno nacional. Reitero no es lo criticable. Cada uno tiene el poder que la sociedad, sus relaciones personales y sociales y su talento le permiten y en función de ello lo ejerce a favor de la política que crea conveniente. Pero no hay objetividad ni neutralidad en la “batalla cultural”. De la misma forman parte Aristóteles, Grondona, Donghi o el Instituto Revisionista y los miles de blogs  que nutren la red de la Aldea Global.

Historia y política son parte constituyente de la “batalla cultural” y no hay nada delicado en ello como sostiene Mariano. El nacimiento mismo de la primeramente mencionada como ciencia –si lo es- está vinculado a la lucha por el gobierno y el poder. ¿Acaso es neutral la “Historia de la guerra del Peloponeso” o los “Comentarios de las guerras de las Galias” o “Los nueve libros de la Historia” de Heródoto, para citar algunos de los textos más antiguos? ¿Y Mitre con sus historias? ¿Alguien puede creer que un político y hombre del poder como el uruguayo don Bartolomé, que fundó un diario para hacer doctrina, haya escrito tanto, solo con ánimo académico y erudito? Creo que él mismo sonreiría ante tamaña ingenuidad. Al igual que lo hizo Borges cada vez que en sus poemas o escritos hablaba de política aunque poéticamente.

Por último resulta extraño en un republicano y demócrata como el autor del artículo que hable con temor de figuras irritantes o controvertidas que “pudieron haber sido mencionados en el decreto”. Si mencionáramos a Fidel Castro o Ernesto Guevara o Hugo Chávez o al propio y cercano Néstor Kirchner, se estaría abriendo un debate sobre estos personajes, quienes seguramente generarían diversas visiones y controversias en el mundo intelectual. Aquellos que opinen en forma diferente a los escritores que sobre esto escriban, tendrán la oportunidad de confrontar intelectualmente y esto enriquecería el permanente revisionismo de la historia. Ocultar hechos o personajes que tuvieron roles destacados en el pasado lejano o cercano responde a las viejas prácticas de “incendiar bibliotecas” –obviamente no es lo que propone el articulista- ya que al hacerlo se pretende aunque no se logra, borrar la historia.

En síntesis si el decreto presidencial de Cristina Fernández nombra algunos protagonistas es efectivamente por razones políticas, pero quienes desean que se mencione o que no se mencione a otros como el Dr. Mariano Grondona también lo hacen sosteniendo políticas.



Enzo Alberto Regali

Miembro del Instituto Revisionista Nacional e Iberoamericano “Manuel Dorrego”.











[1] HALPERIN DONGHI, Tulio, Historia Argentina, La democracia de masas, tomo 7 Buenos Aires, PAIDÓS, pág. 64.