sábado, 2 de abril de 2011

LA DESMALVINIZACION UNA MUESTRA DE NUESTRA COLONIZACIÓN MENTAL

La desmalvinización explícita o encubierta es una práctica habitual, especialmente entre algunos medios intelectuales y/o más o menos académicos. Se trata de una práctica que quizás en ocasiones resulta inconsciente debido a que está plagada de lugares comunes o al decir de Jauretche son "zonceras"comunes.
Por este motivo reproducimos un texto de Fernando Cangiano, ex combatiente de Malvinas o como él mismo lo dice: simplemente héroe de Malvinas.


¿”Gesta patriótica” o “carro atmosférico”?

Apuntes sobre la desmalvinización




En memoria de Mario A. García Cañete y de todos los caídos en Malvinas

Un ex camarada del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada Nº 10, unidad en la que revisté entre 1981 y 1982, me invitó gentilmente a escribir unas líneas sobre mi experiencia en Malvinas, aclarándome que no era requisito respetar un temario definido sino simplemente “dar rienda suelta” a las más íntimas necesidades expresivas del autor. Me propongo en estas pocas líneas apartarme del ángulo puramente testimonial o vivencial sobre la guerra para incursionar (“deconstruir” como dice ahora la moda filosófica) en el significado y las implicancias prácticas del remanido término “desmalvinización”.

Es sabido que los ex combatientes hemos denunciado reiteradamente desde 1982, y todavía lo hacemos hoy, la existencia de una suerte de “atmósfera desmalvinizadora” que campea en la sociedad argentina, promovida por sectores (casi nunca identificados) interesados en no hablar, y mucho menos abrir un debate, sobre el significado de Malvinas en nuestras vidas y en nuestra historia. Como consecuencia de ello, quienes combatimos en las islas permanecimos huérfanos de cualquier forma de apoyo estatal durante un largo tiempo y fuimos empujados a algo así como una zona de “invisibilidad social”, de la cual sólo pudimos salir gracias a nuestra propia organización y movilización. Vale recordar las innumerables agrupaciones de ex combatientes que nacieron y se desarrollaron desde el fin de la guerra, reivindicando el reconocimiento oficial en tanto sujetos sociales con identidad propia (el “Veteranos de Guerra”).

Sostengo la tesis de que tal política de silenciamiento y desprotección hacia el ex combatiente constituyó una realidad en los primeros años de la posguerra, pero no en los años subsiguientes, pues rápidamente dio paso a un peculiar formato discursivo mucho más sutil y de naturaleza político-cultural, cuyo objetivo indisimulable fue construir una narrativa sobre Malvinas encaminada a “desmalvinizar” a la sociedad argentina.

¿Qué significa “desmalvinizar a la sociedad argentina”?; ¿cuáles fueron los pilares de esa narrativa sobre Malvinas y qué objetivos políticos perseguían y persiguen quienes intentan borrar el fervor patriótico que emergió casi espontáneamente en la sociedad argentina tras la recuperación de las islas?; ¿qué roles les fueron asignados a los actores de la guerra (oficiales, suboficiales y soldados) dentro de ese entramado de representaciones sociales construidas por el discurso dominante?; ¿cuáles fueron las consecuencias prácticas de dicho discurso en los propios actores?. He aquí algunas de las preguntas que procuraré desarrollar en las líneas que siguen.

La des-historización del conflicto de Malvinas

Desde los primeros años de la posguerra se abrió un fuerte debate entre quienes calificaban a la guerra de Malvinas como una “gesta patriótica” y aquellos que la presentaban como una “aventura irresponsable” de un gobierno moribundo. En esta “batalla de ideas”, los campos en pugna extraían conclusiones diametralmente opuestas sobre lo que le correspondía hacer a la Argentina en la etapa de la posguerra, abierta al culminar las operaciones militares en el sur.

Este debate, de naturaleza política, aparecía oscurecido ante la opinión pública por aspectos más ligados a la dimensión emocional y humana del conflicto (situación de los veteranos, familiares de los caídos, etc.).

Quienes sostenían la postura de la “gesta patriótica” concebían la ocupación de Malvinas como un capítulo dentro de una larga lucha del país por obtener su plena independencia nacional y soberanía territorial. Establecían una continuidad histórica entre las grandes batallas emancipatorias libradas por nuestros ejércitos en el siglo XIX contra las potencias coloniales y la reafirmación de la soberanía argentina en el Atlántico Sur en 1982. La consecuencia práctica de esta visión del conflicto no podía ser otra que la de “continuar con la lucha por otros medios”. Es decir, derrotado el país en el plano militar en Malvinas, correspondía ahora avanzar en la soberanía económica, política y cultural, no ya en el Atlántico Sur sino en el conjunto del país. Los defensores de esta visión, como es lógico, proponían tender lazos hacia los países de América Latina (aliados durante la guerra) y tomar distancia de las potencias coloniales, agresoras directas o indirectas en Malvinas.

Por el contrario, quienes impugnaban la ocupación de Malvinas calificándola de una aventura irresponsable y criminal, afirmaban explícita o implícitamente que había que dar vuelta la página de la guerra y recomponer aceleradamente relaciones con los países centrales, que eran, casualmente, nuestros enemigos de Malvinas.

Esta última postura se impuso en toda la línea ya en los primeros años de la posguerra. Contó con una gigantesca y hábil maquinaria propagandística (sin duda alentada por EEUU e Inglaterra) que logró explotar a su favor el legítimo repudio que el pueblo argentino abrigaba por la dictadura militar que gobernó el país desde 1976 y que, a primera vista, lucía como responsable de la ocupación y la derrota en Malvinas.

Sobre esto último cabe el siguiente paréntesis reflexivo. No hay duda de que la dictadura militar del Proceso fue parte de un conjunto más amplio de dictaduras oligárquicas que gobernaron a la mayor parte de los países latinoamericanos desde la década del ‘60. Esas dictaduras gozaron de la bendición y el firme apoyo de EEUU en el marco de la “guerra fría” contra el bloque soviético. Sin ese apoyo no podrían haber existido.

El programa económico y social de la dictadura argentina, desplegado a punta de fusil desde 1976, era el programa de las grandes corporaciones multinacionales y de la usura financiera internacional, como lo demuestra el hecho de que los ministros de Economía de Videla y Galtieri fueran nada menos que Martínez de Hoz y Roberto Alemann, prominentes figuras del liberalismo ortodoxo con epicentro en la Universidad de Chicago.  Sin embargo, esa misma dictadura, que había desatado ríos de sangre argentina para mantener al país dentro del “mundo occidental y cristiano” hegemonizado por EEUU, aparecía luego de Malvinas como enfrentada a las grandes potencias occidentales a las que había servido antes de la guerra.

Este giro sorprendente, y sin duda no previsto por sus ejecutores (escapaba al cálculo político de Galtieri y cía. lo que desencadenaría la ocupación de las islas), permitió que se urdiera una formidable trama de ingeniería propagandística que logró asociar la legítima lucha por la soberanía territorial en Malvinas con una dictadura militar repudiada masivamente por las mayorías populares. De ese modo, el acto mismo de la recuperación de las islas quedaba impugnado y ensombrecido por el repudio a la dictadura por sus crímenes anteriores a Malvinas.

Y quienes caracterizaban a Malvinas como una “gesta patriótica” resultaban sospechosos de defender los crímenes perpetrados entre 1976 y 1982 por esa dictadura, una de las más pro-norteamericanas de la historia política nacional (recordemos a algunos de sus más ilustres funcionarios civiles: los ya mencionados Martínez de Hoz y Roberto Alemann, Domingo Cavallo, Manuel Solanet, Daniel Artana, Guillermo W. Klein, etc.)

Primer pilar de la “desmalvinización”: concebir a la guerra de Malvinas como una locura irresponsable, un sinsentido demencial propio de una mente desquiciada por el alcohol y las ansias de poder, en vez de caracterizarla como una gesta nacional enraizada en nuestra historia.

El rol del ex combatiente: héroe o víctima, soldado de la Patria o “chico de la guerra”

Lo dicho hasta acá parecería discurrir en un plano meramente teórico-abstracto, sin reflejo concreto en la realidad de quienes participamos del conflicto. En definitiva, ¿qué importancia tiene para los ex combatientes que la guerra de Malvinas sea concebida como una “locura irresponsable” o como una “gesta patriótica”? Las diferencias son enormes porque hacen a la identidad misma del veterano, a la construcción de su propia subjetividad, con todas las implicancias tanto materiales como psicológicas que eso conlleva.

Los defensores de la teoría de la “locura irresponsable”, que fue la postura que inundó todo el universo de representaciones sociales de la posguerra, sitúan al ex soldado en el papel de un niño conducido a la guerra sin la más mínima conciencia de lo que acontecía. Un “chico de la guerra”, autómata, ciego e impotente, sometido a maltrato físico y psicológico, aunque no por los ingleses, que bloquearon las islas para hacernos sucumbir por hambre y sed, que nos bombardearon incansablemente cada noche para minar nuestra moral. No, no, de acuerdo a esa sorprendente interpretación de los hechos nuestros maltratadores habría sido los propios oficiales y suboficiales argentinos.
Segundo pilar de la “desmalvinización”: la victimización del ex combatiente. Se sustituyó la identidad del “héroe que defendió a su patria” por la del chico impotente, sin preparación suficiente y lanzado a la muerte por la crueldad de los propios argentinos.

El oficial y suboficial como demonio

Una persistente campaña de demonización de los oficiales y suboficiales argentinos ha caracterizado el relato sobre Malvinas. En un caso extremo de deformación histórica y desapego a la verdad, han llegado a circular últimamente denuncias sobre “campos de concentración” en Malvinas, similares a las monstruosas cárceles de los años de plomo del Proceso. También se ha hablado con una falta completa de escrúpulos de un “genocidio planificado” perpetrado por oficiales y suboficiales contra soldados conscriptos, sin exhibir una sola prueba ni una sola razón coherente que explique las motivaciones de semejante locura. Tales pruebas jamás podrán exhibirse por la sencilla razón de que se trata de una burda mentira.

Desgraciadamente, hay que decirlo, muchos ex soldados se han prestado a esta clase de patrañas enceguecidos por la búsqueda de compensaciones o prebendas económicas.

Los actos de heroísmo de oficiales y suboficiales se presentan como acciones excepcionales o limitadas a una fuerza en particular (la Aviación). Análogamente, se dice que los “oficiales mandaron al muere a los soldados mientras ellos permanecían a salvo”, lo cual no resiste el menor análisis al evaluar estadísticamente la cantidad y el rango de los caídos en combate.

Tercer pilar de la desmalvinización: el oficial o suboficial despojado de su condición de héroe y degradado a la de villano, represor y sádico irrecuperable.

¿La Thatcher tenía razón?

Si los pilares de la “desmalvinización” hasta ahora señalados fueran ciertos, entonces habría que darle la razón a la “dama de hierro” cuando afirmaba hipócritamente que en Malvinas se enfrentaban la “democracia inglesa” (democracia de las cañoneras) contra “la dictadura argentina”. Los “desmalvinizadores” irían demasiado lejos si sostuvieran semejante impostura, razón por la cual se han puesto a producir engendros cinematográficos o literarios que dicen eso mismo, aunque con otras palabras. Efectivamente, cuando uno ve películas o lee libros producidos por argentinos sobre Malvinas, tiene la tentación de respirar aliviado cuando los ingleses reconquistan las islas.

Los buenos eran ellos, los ingleses” es el mensaje que deslizan subliminalmente, aunque no lo digan explícitamente por puro pudor.  Un caso extremo de tergiversación es el film “Iluminados por el Fuego”, no por casualidad ampliamente difundido acá y en el extranjero pese a su pésima calidad cinematográfica.

Jamás se hará mención a los crímenes ingleses. Salvo contadas excepciones, no se ha difundido el cobarde crimen de guerra que fue el hundimiento del General Belgrano, una acción que violó todos los códigos de la guerra naval (que hasta los nazis respetaban en la II Guerra Mundial) y que consiste en dar aviso al buque que va a ser torpedeado por un submarino a fin de permitir el desalojo de sus tripulantes. El objetivo militar es el buque, no los seres humanos que hay en su interior.

Cuarto pilar de la “desmalvinización”: invisibilizar los crímenes cometidos por los ingleses (hundimiento del Belgrano, ataque a buque Hospital, matanza de los únicos 3 kelpers caídos en combate) y atribuir los padecimientos por hambre y frío no al bloqueo inglés o al clima austral, sino a la inexplicable maldad de quienes conducían la guerra

¿Por qué? El leit motiv de la “desmalvinización”

A esta altura cabe preguntarse cuáles fueron las razones de semejantes “zonceras” sobre Malvinas, abundantemente difundidas por los medios de comunicación tras la guerra.

Las motivaciones deben hallarse en el plano político, no en otro lugar. La guerra de Malvinas despertó una gigantesca ola de movilización social y de unidad nacional en torno a una reivindicación territorial, es decir, en torno a la soberanía e independencia nacional. La lógica misma de los hechos empujó a la Argentina a acercarse a América Latina, que salió masivamente en su apoyo, y a alejarse de las grandes potencias, que se aliaron a Gran Bretaña por encima del signo ideológico de sus gobiernos. La guerra de Malvinas podía sentar un peligroso precedente que desafiara la hegemonía que ejercen los países poderosos sobre el conjunto de la periferia mundial. Podía, además, desplazar la ola de nacionalismo territorial a otros planos tanto o más peligrosos para los gendarmes mundiales, tales como el económico o el cultural.

¿Por qué deberíamos permitir que nuestras riquezas pasen a manos de empresas norteamericanas, inglesas o europeas en general, si esos países fueron directa o indirectamente responsables de los 1000 jóvenes caídos en Malvinas?, ¿como podríamos compatibilizar la memoria de esos muertos con la total subordinación del país a quienes los asesinaron o a quienes prestaron un apoyo decisivo para derrotar a la Argentina?, ¿por qué deberíamos aceptar los emblemas culturales de países cuyos gobiernos tienen sus manos manchadas de sangre en mil guerras coloniales, entre ellas la de Malvinas?, ¿de qué clase de pacifismo nos hablan estos países que apenas pierden sus dominios coloniales se lanzan a una descomunal acción militar para recuperarlos?

En suma, la guerra de Malvinas debía ser eliminada como factor de movilización popular para la lucha antiimperialista. Debía ser despojada de cualquier vestigio de patriotismo y de heroísmo. Las muertes de nuestros camaradas debían ser convertidas en un sinsentido histórico atribuible a la locura de un puñado de militares y no al doloroso precio que los pueblos suelen pagar por luchar contra los gendarmes del mundo. Los verdaderos autores de los crímenes tenían que ser ocultados tras una gruesa telaraña de falsificaciones y mentiras.

Sin ese proceso de vaciamiento de sentido en relación al significado histórico de Malvinas, al papel jugado por las grandes potencias (en especial EE.UU.) y al lugar de la Argentina en el mundo, lo que vino después en el país (privatizaciones, extranjerización de la economía, precarización laboral, relaciones carnales, colonización cultural, etc.) hubiera resultado casi imposible de desenvolver con la escasa resistencia social con la que se llevó a cabo.

La “desmalvinización”, la subjetividad del veterano y las huellas psicológicas de la guerra

Por último, es preciso abordar un fenómeno que por su dramatismo merece un análisis exhaustivo. Me refiero a los cientos de muertes por suicidios ocurridos desde 1982 a la fecha. Solo esbozaré algunas líneas para la investigación desprejuiciada de los especialistas en traumas posbélicos.

Imaginemos un joven que debe convivir con la muerte durante un período prolongado, que ve caer a sus camaradas y que es puesto por las circunstancias en situación de matar o morir. Ahora pensemos que una vez pasada esa dramática situación se le dice que todo aquello fue en vano, que las muertes de sus camaradas fueron fruto de la locura de un puñado de hombres dementes. ¿No es lógico que desarrolle un cuadro de depresión profunda que pueda derivar en conductas auto-punitivas como el suicidio? ¿No es igualmente lógico que semejante grado de banalización de su esfuerzo ocasione un impacto psicológico descomunal?

Eso es lo que ha ocurrido con los Veteranos de Malvinas como consecuencia del relato posbélico “desmalvinizador”. Su subjetividad de héroe fue trocada por la de víctima y esto no puede ser indiferente en el procesamiento psíquico de la experiencia traumática.

Sostengo a modo de hipótesis a trabajar, que buena parte del síndrome pos-traumático de guerra encuentra su origen en la narrativa social dominante, que arroja al veterano a un penoso papel de víctima.

Propongo recuperar con orgullo la identidad de héroes para todos quienes estuvieron en Malvinas, en especial para aquellos que dejaron su vida allí.

Sin gestos ampulosos ni trágicos, simplemente héroes. Se trata de un justo reconocimiento en el que cobra un sentido histórico el sacrificio de los camaradas caídos, que vivirán por siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones.

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