Introducción
En el Río de la Plata, especialmente en Argentina y Uruguay se ha generado una corriente revisionista de la historia platense que arranca con fuerza en la primera mitad del siglo XX. Dicho movimiento en ocasiones con exageraciones, no sin errores pero con grandes aciertos ha contribuido a la búsqueda de una identidad nacional latinoamericana. Detalle importante es que aun en este siglo XXI se encuentra en movimiento y pujante. Intenta dar sustento al proceso de unificación sudamericana, ¡al menos sudamericana! que hoy está, no sin contradicciones, en marcha.
Lamentablemente entre los restantes países del cono sur el movimiento intelectual es más lento. Hasta autores que podemos caracterizar como “nacionales”, socialmente comprometidos y verdaderos eruditos en sus disciplinas, son débiles para analizar críticamente temas estratégicos. Me refiero al caso de la guerra del Pacífico en Chile (con la consecuente salida al mar de Bolivia). La de la Triple Alianza contra el Paraguay en Brasil, ya que en Uruguay y Argentina la revisión es amplia y profunda. Paraguayos y bolivianos mantienen duros rencores sobre la guerra del Chaco desarrollada entre 1932 y 1935 bajo el impulso de EE. UU., Inglaterra y hasta Alemania proveedora de armamentos.
El gobierno de Evo Morales tampoco ha logrado –entendiblemente tal vez por la diversidad de fuerzas que sustentan ese movimiento nacional y popular- generar un replanteo histórico que le permita recuperar las figuras nacionales y hasta socializantes que sostuvieron a la revolución del MNR de 1952, una de las más audaces de nuestra América. En suma recuperar un pasado que no es boliviano sino sudamericano y que no se inició con Evo sino mucho antes con los movimientos nacionales y populares del siglo XX entre los cuales hubo no pocos sacrificios como Germán Busch el presidente suicidado o Gualberto Villarroel, el presidente colgado de un farol de la Plaza Murillo con la participación de la rosca minera del estaño, EE. UU. que lo consideraba un fascista y la izquierda trotskista de Guillermo Lora que curiosamente tenía la misma opinión. Augusto Céspedes y Carlos Montenegro entre otros ideólogos del MNR, hoy virtualmente olvidados, fueron amigo y conocido de Abelardo Ramos pero más importante aún, de Perón y Eva Perón, a quienes se acusó de apoyar la rebelión que les dio el triunfo en 1952.
Un mega proyecto como la unidad de Suramérica o Latinoamérica o Iberoamérica o Indo-Latinoamérica requiere redescubrir nuestra Paideia en tanto tomemos esta palabra como conjunto que comprende las parcialidades de civilización, cultura, tradición, literatura o educación. Para los latinoamericanos, cultura y educación son partes de la “estructura histórica objetiva” de esta nación inconclusa y la literatura deviene en expresión real de valores culturales de los pueblos. Las letras expresan innumerables conflictos que rechazan la asepsia investigativa y se entremezcla con la política.
Existe un aspecto más que debe integrar la identidad continental, esto es la economía y la política, elementos no únicos pero decisivos. No nos referimos solo al imperialismo económico tanto británico como estadounidense que a esta altura forma parte de verdades académicamente comprobadas y oportunamente denunciadas y explicadas por distintos pensadores nacionales. En la actualidad es preciso que el pensamiento latinoamericano no solo comprenda –lo que es más sencillo- que nuestra común historia, tradición y cultura (que a la vez suele ser pluricultura) es nuestra fortaleza sino que para la integración resulta imprescindible atraer a empresarios, trabajadores, clases medias, es decir al conjunto de la sociedad. Algún ideologista disfrazado de progresista oculta su profundo conservadurismo denostando a empresas y empresarios como responsables de todos los males continentales. Es un discurso vacuo, ya que quienes lo vertebran en la mayoría de los casos viven del estado y dentro de este, de los programas que provienen del Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o editan en grandes editoriales internacionales.
El estratégico Mercosur no hubiera sido posible sin la participación efectiva de los sectores económicos y empresarios de la región en el caso argentino y brasilero. Otro tanto ha ocurrido en Uruguay con los sectores empresarios regionales que a su manera impidieron un mayor acercamiento oriental con la competitiva economía de los EE. UU. Evidentemente estos grupos económicos en general subestiman lo cultural, lo espiritual, la paideia, y no entienden que debilitan la organización creada. Los Estados Unidos son un país que se construyeron como Calibán en la terminología de José E. Rodó pero cuyas políticas responden a “principios espirituales” de gran coherencia –perversos o no es otra discusión que no forma parte de esta reflexión -.
Sin pretender generar una polémica que debería incluir especialistas en el tema, México y su importante desarticulación social, la intestina guerra de las drogas y sus sensacionales (por lo atroz) desigualdades sociales, están ligadas al relativo fracaso que tuvo la generación nacional formada al calor de la revolución: los José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Samuel Ramos, Leopoldo Zea, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Rulfo y tantos otros en vertebrar una respuesta a esa beligerante y/o aquiescente relación con el “oso norteamericano”, que el destino les impuso de vecino. Es que el país azteca, no logra con su fantástica tradición cultural y política iberoamericana frenar o al menos equilibrar la presencia de Estados Unidos. México por ahora solo atina a la defensa mediante la expansión de la lengua española (la segunda en los EE. UU.). No logra sin embargo separarse totalmente de su condición latinoamericana.
América pasó de la unidad imperial hispano portuguesa, a una fragmentación surgida de la imperfecta criatura gestada con las revoluciones independentistas. En la novedad intervinieron jóvenes imperios (no ya los ibéricos) y fuerzas autonómicas regionales que derrotaron a las tendencias unificadoras. La dicotomía balcanización/unidad no fue incruenta, es la dialéctica constante de nuestra historia que continua y emerge con fuerza en el siglo XXI, esta vez más expresada como política realista que como Paideia.
No estamos condenados al éxito de la unidad. No habrá Estados Unidos del Sur sin una grandiosa lucha por las ideas nacionales, paralela al accionar político de los movimientos populares y el crecimiento económico.
Si algún papel cabe a la nueva generación intelectual es revisar el revisionismo y corporizar un pensamiento unificador que deberá superar las historias –aunque sean revisionistas- pueblerinas. Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar, dijo que en América o “inventábamos o errábamos” y hoy el pensamiento nacional de las generaciones revisionistas ya desaparecidas debe ser reformulado a la luz del desafío unificador que se expresa en el MERCOSUR, la Comunidad Andina, el UNASUR como síntesis y ahora la CELAC.
América.
La llegada de España y Portugal encontrará una América habitada por diversas poblaciones aborígenes desparramadas en todo el territorio, con desigual grado de desarrollo entre sí. Algunos imperios en crisis o en crecimiento pero aislados por una geografía compleja y vasta. Perú y México eran los centros más importantes de dichas civilizaciones en la que vivían una población cuyo número todavía se discute. Tenochtitlán, la capital azteca superaba o igualaba a las más grandes ciudades europeas de aquel momento.
Sin embargo a la llegada de los españoles la estructura de ambos imperios americanos se encontraba enferma. Los pueblos por ellos dominados buscaban rebelarse. Los europeos pudieron así aprovechar estas rivalidades internas para lograr una conquista que de otra manera les hubiera resultado mucho más dificultoso o directamente imposible.
El mayor desarrollo tecnológico, el manejo del idioma como elemento estructurante de una nacionalidad vertebrada sobre la espada y la religión católica, fueron decisivos. Tanto españoles, como portugueses, eran en la época naciones unificadas y centralizadas en sendas monarquías autoritarias lo que permitió un sólido dominio sobre las civilizaciones originarias. En otros casos el exterminio físico de pueblos que vivían en condiciones más primitivas, o su obligada emigración hacia los desiertos o las selvas protectoras, sentó las bases de un vasto imperio hispanoamericano. La Iglesia que todavía gozaba en el siglo XV y XVI de buena parte de lo que fuera el poder medieval, integraría la empresa conquistadora/colonizadora. El papado había otorgado por bula la “donación y concesión” de estas tierras, así como la obligación de instruir en la fe a los pueblos indígenas.
Sin embargo todo lo que cruzaba el océano sufría modificaciones en el Nuevo Mundo -según la mirada europea- o el Viejo -según la mirada indígena.-. “Descubierto” por error según se cree, luego fue bautizado con el nombre de quien solo percibió que no se trataba del Asia, Américo Vespusio. Sometido a una perpetua discusión identitaria, todavía hoy se debate sobre el verdadero significado de la palabra América que tal vez no haga referencia al navegante mencionado. En efecto Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas afirma que el nombre América o Americ proviene de una cadena montañosa de Nicaragua en la provincia de Chontales y presume que es probable que, aunque Colón no la mencionara en sus cartas, verbalmente pudo haber transmitido el vocablo diciendo que el oro provenía de la región llamada América por los nicaragüenses…
Así, compleja, misteriosa, en perpetua disputa pero con la firme vocación imperial ibérica se conformó lo que hoy generalmente conocemos como América Latina. Idioma, religión católica no ausente de sincretismo con las antiguas creencias, adaptación popular de todo aquello que el Viejo Continente nos trasladaba. En los hechos y tal vez sin plena conciencia de ello, América daba origen a una civilización, educación y economía original que no era comparable con la de Europa u otros continentes. Quizás la primera rebeldía de aquellos españoles que el clima americano seducía con erotismo haya sido la original respuesta dada a tantas leyes reales: “se acata pero no se cumple”. Consigna anarquizante si la hay.
En el mismo momento en que Cristóbal Colón ponía sus pies en el Caribe, se iniciaba una nueva civilización que ni aborígenes ni españoles imaginaban. La novedosa geografía con su fauna y su flora con sus recursos casi interminables iban a transformar a Europa y al mundo. Hasta el catolicismo se latinoamericanizaría. No hay en el siglo XV un hecho histórico de mayor grandeza que el encuentro/enfrentamiento de los dos mundos que se intuían pero se desconocían.
Tal vez el relato más paradigmático de tantos que existieron en la época es el de Valeriano (circa) 1560, en su lengua, Nican Mopohua se denominaba en náhuatl. Se trata de la aparición de la virgen de Guadalupe al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el 9 de diciembre de 1531, con quien establece un diálogo y le pide un templo en el lugar de la aparición que debería construir el obispo. Este, Juan Zumárraga, franciscano pero inquisidor de indios, especialmente le pide por incredulidad una prueba que días después la virgen concederá, al entregarle a Juan Diego una rosas que este lleva al obispo en su tilma (manta) como prueba. Al extenderla dejando caer las rosas pareció la hermosa imagen de la Virgen María que hasta hoy se guarda en el templo del Tepeyac que se nombra Guadalupe. La virgen en este relato guadalupano es una niña india que habla en nahuatl. Encuentra a Juan Diego en la colina Tepeyac donde los aztecas veneraban a la madre de los vivientes Tonantzin. En fin, los pájaros que vuelan y cantan, las flores, la imagen de la virgen rodeada y envuelta por rayos de sol máxima expresión de veneración en el mundo azteca y hasta el diálogo mantenido entre la virgen y Juan Diego está llenos de modismos y expresiones aztecas. En suma María asume la defensa de los indios y su compromiso con los pobres frente a los abusos de los conquistadores. Más aun la elección de Juan Diego, un indio como portador de una Buena Nueva demuestra que algunos representantes de la Iglesia debían escuchar a los aborígenes. Nuestra Señora de Guadalupe se convertirá en la Patrona de la América morena con un mensaje de liberación hacia los indios que renacerá en cada revolución. Por supuesto que debemos aclarar que dicho obispo jamás reveló en sus escritos las apariciones guadalupanas. Sin embargo América construía su propia religiosidad.
Estamos ante la construcción de una verdadera Paideia que nace impura, como mezcla de aquello que los pueblos de América habían construido y la nueva cultura que se impone por fuerza, persuasión y violencia,
España trasladó una mezcla de instituciones que arrancaban del Medioevo peninsular y una modernidad incompleta que los reyes Católicos no lograron consolidar a pesar de algunos esfuerzos serios.
Si Castilla impuso por la fuerza y el sometimiento su dominio y explotación en el Nuevo Mundo, al mismo tiempo y al contrario de otros imperios como el holandés, el francés o el anglosajón, generosamente entregó su lengua a los aborígenes, que servirá para dar unidad a lo que era plena división e intentará aunque con una legislación que en los hechos tuvo mucha hipocresía e inaplicabilidad protegerlos. También permitió el mestizaje. No fue ajena a esta dominación/colonización e integración, la Iglesia Católica y distintas órdenes, que por el contrario promovieron, no solo a partir de los dominicos como Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas sino también de intelectuales peninsulares como Francisco de Vitoria y Melchor Cano, Domingo de Soto y Francisco Suarez SJ entre otros, una verdadera evangelización con un trato más humano hacia los indígenas.
En Europa el papado y la Iglesia en general luchaban a brazo partido contra los intentos de las monarquías nacionales de separarse de la influencia eclesiástica e imponer su dominio terrenal en las nacientes unidades nacionales.
En América esta lucha se prolongaba. Los sacerdotes cumplían en Europa un papel contrario a la progresividad histórica, donde los gérmenes de naciones comenzaban a tornarse una necesidad histórico-política. En cambio en las tierras “descubiertas”, buena parte de ellos como los dominicos, luego los franciscanos y jesuitas y algunos seculares, sostenían posturas sociales de avanzada ante la crueldad de la conquista.
La causa indígena también fue sostenida en España. La universidad de Salamanca, forjadora de los grandes teólogos juristas va a ser la creadora de un “humanismo cristiano” cuya influencia llega a América. Francisco de Vitoria y sus enseñanzas entre 1526 y 1546 acompañado de Domingo de Soto y los dominicos del convento de San Esteban serán los principales defensores de la causa de los aborígenes.
El choque con el realismo codicioso del poder temporal y un rey que nunca conocerá sus dominios de ultramar otorgará desigualdad a la batalla. El realismo del estado imperial que ejercía un poder descarnado sin dejar de usar los preceptos religiosos para justificar los abusos se impondrá en la mayoría de los casos.
Al rey, Francisco de Vitoria el mayor de los ideólogos salamantinos le negará autoridad para hacer la guerra, esclavizar u obligar a trabajar y despojar de sus bienes a los indígenas aun cuando estos no quisieran aceptar la santa fe. Al papado le niega que sea “Señor civil o temporal de todo el orbe” y “(…) sienta (con estas concepciones) principios sobre la potestad civil y eclesiástica que hoy conforman un patrimonio intelectual de la humanidad.” Cuestiona también el intento por convertir a los indios al catolicismo, forzadamente, exhibiendo armas. Al igual que Fray Bartolomé de las Casas se enfrentaban al ridículo “Requerimiento” establecido por los reyes para ser leído a los indios antes de someterlos.
La prestigiosa universidad de Salamanca establecerá una visión avanzada sobre la escolástica de Santo Tomás y de ella participarán también algunos jesuitas, entre otros el ya mencionado Francisco Suarez. Desde 1567, año del arribo de esta orden al nuevo continente, estos asumirán el legado de Montesinos y Las Casas entre otros, para ejercer la defensa paternal de los indígenas, enfrentando en numerosas ocasiones a corruptos representantes del poder temporal de la corona.
El Papa Paulo III quien convocará al Concilio de Trento recibirá las valientes denuncias que le presentaron el dominico obispo de Tlaxcala Julián Garcés y el padre Bernardino Minaya que viajó personalmente a Roma. En 1537 publicará la bula Sublimis deus que es la mayor defensa hecha por Roma de los aborígenes americanos y que será complementada por otros dos documentos y una Breve “Pastorale Officium” destinada al cardenal español Tavera en la que le ordenaba cumplir con la bula. Obviamente ni Carlos V, ni su hijo Felipe II aceptaron tamañas intromisiones y la bula solo pudo pasar a América subversivamente. En su momento constituyó una verdadera conmoción intelectual: “Deseando proveer seguros remedios para estos males, definimos, declaramos (…) que tales indios no pueden ser privados de su libertad por medio alguno, ni de sus propiedades, aunque no estén en la Fe de Jesucristo; y podrán libre y legítimamente gozar de su libertad y de sus propiedades; y no serán esclavos y todo cuanto se hiciere en contrario, será nulo y de ningún efecto.”
Es de esta forma, aun en medio de una conquista injusta y sangrienta, que se conforma una forma de pensar iberoamericana y un derecho que limitada pero audazmente intentará la defensa de lo auténticamente americano.
Tan importante será la influencia de la escolástica tardía en las tierras del “nuevo mundo” que mucho tendrá que ver esta visión filosófica con los argumentos que los patriotas harán suyos ante la caída de Fernando VII por la invasión napoleónica en el siglo XIX. En efecto en el Cabido abierto del 22 de mayo de 1810 y antes, ya en 1809, los patriotas usaron los conceptos de Suarez y Vitoria: impedido el rey de gobernar, la soberanía debía volver al pueblo, para justificar la constitución de las juntas revolucionarias.
Independencia y fragmentación
Así, con enfrentamientos étnicos y sociales, sangre indígena, mestizaje, negritud y zambos, se conformó una sociedad en América, que diferiría de Europa sin dejar de estar adherida a ella. Este particular origen constitutivo, de “hispano-indoamérica”, constituyó el primer rasgo Iberoamericano sustentable de nuestro nuevo continente. Lo indígena resultaba fundamental pero no necesariamente principal, de la misma manera que sucedía con lo luso-español, el mestizaje, la negritud y los zambos. Mucho tiempo después ya en el siglo XIX inmigrantes nuevos, del centro y este de Europa iniciarían una lenta llegada en masa que introduciría nuevas costumbres y formas de vida así como conocimiento e intercambio cultural y social con pueblos casi desconocidos para los americanos. No casualmente un mexicano como José Vasconcelos imaginó aquel folleto sobre la nueva “Raza Cósmica”.
El contacto entre lusitanos, españoles e indios en la zona del Plata desde el siglo XVI/XVII fue mucho más allá de lo que normalmente se conoce. Algunos historiadores sostienen no sin fundamento que la propia ciudad de Buenos Aires subsistió y duró gracias al comercio portugués. Muchos apellidos portugueses se españolizaron para no tener problemas con la justicia y permanecer en el Plata. Lo cierto es que esta interrelación bélica, comercial, familiar, estadual va a ser una constante en la región.[7] Esta unidad transitoria tendrá consecuencias futuras no menores. Las generaciones del 900 latinoamericanas (José Vasconcelos, José Rodó, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez, José Martí) o las ibéricas del 98 (Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztú entre otros) cumplirán un papel estratégico en la recuperación del pensamiento iberoaméricano y en el enfrentamiento con influencia anglosajona y parcialmente la francesa.
El historiador portugués Pedro Oliveira Martins logró sintetizar el momento que se vivía a la vez que impulsar su ideal iberoamericanista. : “No hay dos historias de Portugal y España sino que hay dos polos de una misma historia. (…) Portugal y Castilla son dos polos de una sola historia.” Lo mismo cabe para América Latina.
Pero, lo cierto es que a pesar de todos los esfuerzos realizados por los peninsulares, la política europea impulsada en buena medida por Gran Bretaña y sustentadas en las clases sociales nativas que se beneficiaban de estas medidas en ambos reinos de la vieja Iberia, se produjo una primera fragmentación “americana”, en 1640, cuando Portugal se independiza de España.
Sobrevendrá luego una nueva disgregación que muchos ocultan tras los enfrentamientos religiosos, pero que tuvo un profundo contenido político al punto de complicarse, indirectamente, con las luchas por la independencia y las luchas contra las monarquías absolutas de España y Portugal: me refiero a la expulsión de los jesuitas en 1767.
Tratando de abreviar, digamos que el imperio Iberoamericano llegó a ser a pesar de sus serios déficits organizativos uno de los más importantes y culturalmente brillantes del mundo occidental. No obstante lo cual no logró consolidarse y tampoco mantener una estructura político administrativa sólida para enfrentar a las nuevas potencias como Gran Bretaña y Francia. Tampoco lograron crear un estado nacional moderno y sólido que pudiera centralizar ese gran Nuevo Mundo y darle virtualidad.
Por el contrario a pesar de intentos modernizadores, más o menos burgueses de las monarquías borbónicas del siglo XVIII para tratar de sacar a España del atraso, en ningún momento supieron operar una verdadera transformación nacional. Fue solo el despotismo ilustrado: “todo para el pueblo sin el pueblo”.
Cuando Napoleón debido a su política europea resuelve invadir Portugal la corte lusitana escapó amparada por los ingleses, a Brasil.
En cambio la corte española actuó dubitativamente e intentó negociar sin éxito con el emperador de los franceses que destituyó a Carlos IV y al mismo Fernando VII coronando rey a su hermano José Bonaparte. Privado la autoridad real legítima de su soberanía, esta debía volver al pueblo que era su efectivo poseedor, teoría que era sustentada por el neo tomismo español. El pueblo español se sublevó e inició una guerra nacional que al mismo tiempo intenta débiles reformas burguesas que no prosperarán y harán fracasar la revolución liberal deseada, ya que Fernando nunca abandonó su absolutismo.
Es en esta instancia que se iniciaran los movimientos nacionales dentro de una Hispanoamérica en crisis. Las antiguas teorías dominicas con origen en el humanismo cristiano, unidas a la política opositora al despotismo ilustrado, de algunas órdenes como los jesuitas, dieron sustento intelectual a las revueltas de 1810 en todo el continente. El jesuita Juan Pablo Vizcardo y Guzmán fue uno de los primeros intelectuales católicos que con un folleto titulado “Carta a los españoles americanos” en la que comienza afirmando: “El Nuevo Mundo es nuestra patria, y su historia es la nuestra” llamaba a la rebeldía. Obviamente lo apoyaba Gran Bretaña interesada en la fractura del imperio español.
La revuelta que se aproximaba no sería ingenua, detrás de la misma asomaban nuevos imperios, como Inglaterra, “aquella vieja raposa” que no casualmente financiaba, secretamente, ñas conspiraciones anti españolas.
Lo cierto será que tomada España por Napoleón, el conjunto del Imperio entrará en conflicto con los absolutistas y lentamente las Juntas formadas en América o las sublevaciones como las de México que no terminaban de romper con la península, van a ir buscando autonomías y derechos y el enfrentamiento con los realistas sería inminente.
Gran Bretaña secretamente y a medias colaboraba con los rebeldes, financiaba armas, folletos. No siempre el acto fue sincero y válido pero allí estaba. En Londres funcionaban las logias masónicas que como las que integraron, Miranda, Bolívar y también San Martín, eran apañadas subrepticiamente por distintos funcionarios políticos. Especialmente en este último caso, por los escoceses, entre los cuales el hombre nacido en las Misiones, contará con amistades duraderas hasta el final de sus días.
El fracaso de la unidad
En América del Sur, serán San Martín, Bolívar y Sucre los generales más importantes para liderar el camino a la independencia e intentar la unidad. Podríamos incluir a José Gervasio de Artigas el más popular de todos ellos, pero la cercanía con Buenos Aires lo llevó a disputas con porteños y portugueses que lo limitaron en sus proyectos federales y rioplatenses. En nada ayudó el sectarismo y el aislacionismo de un Gaspar Rodríguez de Francia (ex alumno del jesuita Colegio de Monserrat, de Córdoba) desde Asunción que optó por la soledad y solo atinó a permitirle conservar la vida cuando ya Artigas era un derrotado.
No hubo condiciones para sostener la empresa integradora en medio de la independencia. Las oligarquías locales interesadas en sus puertos y enclaves económicos no estaban dispuestas a sacrificar sus pequeños intereses en aras de una gran Nación. Solo los grandes líderes eran capaces de sacrificar lo propio por una Patria más Grande. Por su parte los europeos poco interesados estaban en ninguna unidad, más bien “dividían para imperar”.
Los grandes hombres de la independencia y la integración fracasaron, fueron derrotados. Artigas terminó sus días exiliado en Paraguay, Bolívar vio disolverse su Gran Colombia y la inutilidad del Congreso de Panamá, Sucre terminó asesinado al igual que Bernardo de Monteagudo, San Martín concluyó sus días en Europa, y sus restos retornaron a la patria hacia los años 80 del siglo XIX. La derrota permitió a los distintos enclaves regionales iniciar el camino de la construcción de las patrias chicas, con la sola excepción de Brasil cuya historia tuvo otro itinerario.
La base de una identidad iberoamericana, va a tener que esperar décadas para reaparecer. Gran Bretaña y Francia o la misma España actuaban guiadas por sus propios intereses económicos, sociales y culturales. Por este motivo sus políticas son balcanizadoras, aun de lo poco que quedaba en pie. Tal el caso de Uruguay, o antes, de Bolivia, cuya división fue considerada “inaudita” por Bolívar, aunque en los hechos aceptada.
Las clases altas americanas actuaban con el egoísmo necesario para preservar sus pequeños intereses económicos de campanario: no había proyectos trascendentes, exceptuando el de los grandes patriotas. La mayoría de las oligarquías lugareñas solo aspiraba a planes pequeños y codiciosos que fácilmente les permitiera estrechar lazos con la Europa emergente.
En suma, iniciada las luchas por la independencia y la construcción de las pequeñas nacionalidades –a nuestro modo de ver inviables, pero inevitables por las condiciones-, el gran imperio hispanoamericano se dividió y nadie pudo evitarlo. Van a crearse fantasmas de naciones, con instituciones formales de tipo liberal pero sin posibilidades reales de una subsistencia digna y soberana.
Recién hacia los años 80 del siglo XIX, no sin crueles enfrentamientos cívico-militares podrán estructurarse espectros de países que según su grado de desarrollo lograrán mayor o menor consistencia. Así Argentina, Brasil, Chile o México podrán iniciar un proceso imbuido de positivismo que les permitirá contradictoriamente crecer a la vez que insertarse en la nueva división internacional del trabajo.
El latinoamericanismo se diluía pero no desaparecía sino que como los arroyos de montaña reaparecía en la superficie inesperadamente.
El lento resurgimiento del integracionismo
La división internacional del trabajo de los años 80, permitió que los países latinoamericanos productores de materias primas - alimentos o minerales- se integren en una dependencia a veces relativamente beneficiosa con los grandes países europeos como Gran Bretaña o Francia que aprovechaban las ventajas comparativas que le otorgaba el decidido avance industrial.
El caso de Argentina, productora de carnes y luego cereales aprovechando la renta diferencial de la tierra, y receptora de los productos minerales o industrializados de Inglaterra es un claro ejemplo de lo dicho. Si la fertilidad de las pampas la beneficiaba en el intercambio comercial, al mismo tiempo la condenó a postergar una industrialización sustentable por medio siglo.
Sin embargo la consolidación de las “Repúblicas liberales” por lo menos impediría mayores divisiones territoriales. Argentina conquista el llamado desierto, codiciado por las clases dominantes chilenas, democratiza parcialmente las rentas aduaneras al imponer a la ciudad de Buenos Aires como capital federal de la nación a pesar de la oposición de Mitre y Tejedor. Luego con la presidencia del Gral. Julio A. Roca se acrecienta el fomento de la inmigración, la necesidad de impulsar la educación nacional para evitar la desnacionalización que la llegada de tantos inmigrantes ocasionaba sin saberlo (ley 1420, que no es de Sarmiento sino de Roca). Aunque con importantes pérdidas territoriales de lo que fuera el antiguo Virreinato, al menos Argentina, se transformaba en una potencia dentro de América del Sur.
La generación del 80 imbuida del positivismo europeo, dio un impulso estratégico a la cultura y la educación. Fue una de las más brillantes intelectualmente y en su complejidad si bien ayudó a consolidar la República en los límites actuales a la vez generó la dependencia con Gran Bretaña en el marco del crecimiento mundial del imperialismo europeo. Sin embargo también impulsó proyectos integracionistas con los países hermanos incluido el Brasil. Ya en su primer gobierno Roca intentó acuerdos, según lo ha descubierto Rosendo Fraga. También Roca pretendió un acuerdo aduanero mayor con Paraguay y Uruguay. En su segundo mandato (1898-1904) se comienza a insinuar lo que luego sería el ABC (Argentina, Brasil, Chile), al mismo tiempo que se llevan adelante políticas tendientes a terminar con los conflictos limítrofes con Chile.
Estos ejemplos de orden político, que mostramos sirven para demostrar que junto a la conformación de la república -por más incompleta o defectuosa que ella fuera- también resurgían proyectos de integración continental de otros tiempos, débiles pero importantes.
El idealismo del 900
La ilusión del “orden y el progreso” indefinido, circunstancialmente alterado por las crisis cíclicas del capitalismo, la prepotencia del imperialismo europeo y estadounidense, la búsqueda por parte de la pequeño burguesía naciente de una sociedad más justa, las nuevas ideas sociales, permitirán hacia principios del siglo XX, el resurgimiento en parte de la intelectualidad, de un latinoamericanismo idealista. Fue un clima optimista de época, que animaba a las nuevas generaciónes a pensarse más allá de sus “barrios”.
La denominada generación del 900 (literatos, ensayistas, filósofos, políticos a su manera), será según Methol Ferré, la primera generación verdaderamente latinoamericana[9]. Fueron viajeros incansables dentro del Nuevo Mundo pero muchos confluyeron en París, Madrid u otras capitales del antiguo continente mostrando así la paradoja de buscar en Europa las modas literarias o las “armas”, con las que impulsaron a veces confusamente un nacionalismo indo-hispano-americano.
Ellos veían que los Estados Unidos (olvidaban en parte a Gran Bretaña y Francia) tenían “el poder” y “nosotros” el espíritu, aunque esto “era el consuelo y motivo de los débiles”[10]. José Enrique Rodó (1871-1917) lo manifiesta en su Ariel con un discurso ético y estético que en metáfora habla de Calibán (el imperialismo anglosajón) y Ariel (iberoamérica). Dedica el texto a la juventud de América recurriendo a Shakespeare y en un lenguaje idealista, barroco, ecléctico, que insinúa la soledad de la intelectualidad contestataria, con cierta minusvaloración por las muchedumbres pero que sueña un mundo diferente, culto y antiutilitario, con educación popular para el logro de la “equidad social” y la igualdad de una verdadera democracia. Próspero, “habla” a sus alumnos con prosa docente y profética: “Os hablo ahora figurándome que sois los destinados a guiar a los demás en los combates por la causa del espíritu. (…) Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior.”[11] Es la búsqueda del idealismo americano que enfrenta al utilitarismo materialista anglosajón: “Si ha podido decirse del utilitarismo que es el verbo del espíritu inglés, los Estados Unidos pueden ser considerados la encarnación del verbo utilitario.”[12]El deber ser del momento es:“(…) propagar y defender, en la América contemporánea, un ideal del espíritu (para) educar su voluntad en el culto perseverante del porvenir.”[13] En Próspero presente y futuro son un mismo tiempo que prepara el advenimiento de un “nuevo tipo humano”, una “personificación nueva de la civilización” a la que suele precederle “de lejos un grupo disperso y prematuro” “de profetas” y que al encontrar un medio propicio, “el grupo se hace muchedumbre, y reina”[14]. Corría el año 1900, faltaban 18 años para el despertar en Córdoba de la Reforma Universitaria pero tal vez la fe puesta en la juventud y la voluntad de “ser muchedumbre” demostraba la intuición del escritor oriental. En un artículo sobre Bolívar (1911), Rodó considera al caraqueño el máximo héroe de América: “Artigas más San Martín: eso es Bolívar. Y aún faltaría añadir los rasgos de Moreno, para la parte del escritor y del tribuno”.[15] Agrega que para los hispanoamericanos la Patria era la América Española aunque incluía en ella al Brasil. “La unidad política que consagre y encarne esa unidad moral –el sueño de Bolívar- es aun sueño, cuya realización no verán quizá las generaciones hoy vivas. ¡Qué importa! Italia era solo una expresión geográfica de Metternich antes de que la constituyeran en expresión política la espada de Garibaldi y el apostolado de Mazzini (…)”[16]
La generación del 900 si bien logró recuperar y enriquecer los proyectos americanistas de Bolívar, San Martín y Artigas entre otros, adoleció de una debilidad intrínseca: la falta de interacción entre la idea y el poder. No es posible unidad latinoamericana sin una política de poder. El desprecio casi en bloque por el utilitarismo de Caliban (EE. UU.) debilita la posibilidad de concretar nuestra unidad, ya que la misma también requiere de poder económico. Al decir de Methol Ferré no es posible un Ariel como “espíritu puro”. El espíritu a la vez debe conducir, planificar, crear, generar industria y comercios. En otras palabras el espíritu de Ariel debe conducir políticas y no quedar solo en la estética y la ética. Consentir eso nos llevaría a un nuevo fracaso. Hacía falta un Rodó, pero también el accionar de Zapata y Villa o Lázaro Cárdenas. Es necesario Ugarte pero imprescindible un Perón o un Getulio Vargas o Ibáñez del Campo.
Rodó fue quien previó la importancia de la unidad continental incluida Brasil. No logró usar el lenguaje claro y político que hubiera sido necesario pero en su idealismo y su metáfora inició el camino que luego tomarían movimientos como el de la Reforma Universitaria de Córdoba o aun antes la Revolución Mexicana. Murió en Italia en 1917 sin alcanzar a ver la rebelión universitaria de Córdoba. Sin embargo de ella saldrá uno de los movimientos políticos e intelectuales más importantes de Suramérica: la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en el Perú dirigida por don Víctor Raúl Haya de la Torre. Una oleada recorría nuevamente las tierras que habían cabalgado nuestros libertadores.
Rubén Darío (1867-1916) por su parte refleja espléndidamente en su Oda a Roosevelt[17] las aspiraciones y las ilusiones de los novecentistas. Es una visión liberadora pero retórica. Como centroamericano solo vislumbra el peligro estadounidense y descuida o ignora la presencia económica y cultural británica y francesa en el sur.[18] Señala a Roosevelt como “futuro invasor de la América ingenua” transmitiendo la sensación de un hecho inevitable y describiendo un poder difícil de contrarrestar, aunque demostrando su fe en el porvenir advierte: “Tened cuidado. Vive la América española/ Hay mil cachorros sueltos del león español. / Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, / El Riflero terrible y el fuerte Cazador, / Para poder tenernos en vuestras férreas garras. / Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”[19]
En el prólogo de “Cantos de Vida y Esperanza” (1905)[20] expresa, la lucha, la esperanza y la decpción y temores propios y ajenos cuando explica: “Yo no soy un poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas. (…) Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. (…) Mañana podremos ser yanquis (y es lo más probable); de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter.”[21] Ya en 1915, en medio de una guerra europea que los hombres nacidos en el siglo anterior no imaginaban, imbuido el poeta de una ilusión pacifista muestra debilidad e “incluye” en América a EE. UU., reclamando otra unión “(…) hagamos la Unión viva que el nuevo triunfo lleva: / the Star Spangled Banner, con el blanco y azur...” [22]
Los “novecentistas” conformaron un grupo heterogéneo pero cuyo eje lo constituía la necesidad de volver a la unidad latinoamericana. Uno de esos grupos que recorría América aunque miraba a Europa, se reunía en “Los Inmortales” lugar donde nació la revista “Ideas”, y al que asistió uno de los líderes del modernismo literario: el ya mencionado Rubén Darío. Estos escritores no casualmente tenían ideas comprometidas con una mayor igualdad social y buscaban -a veces con angustia- la identidad “perdida” en la tierra latinoamericana, aunque no pudieran dejar de mirar al Viejo Continente[23]. Leopoldo Lugones, Darío y el boliviano Ricardo Jaimes Freyre integran el “(…) trinomio militante. La militancia consistía, por supuesto, en inventar y escribir pero también en reunirse y hacer la bohemia, un deslumbramiento que costó la vida y la carrera a muchos poetas y artistas, según lo cuenta uno0 de los principales protagonistas, Manuel Gálvez en sus Memorias y en El mal metafísico”[24]. Pero hay otros hombres a los cuales podemos considerar “iniciadores” de este movimiento literario. Son ellos José Martí (1853-1895), mártir de la independencia de Cuba, y el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895). En 1889 y 1891, Martí publica “Madre América” y “Nuestra América”, obras “(…) pensadas a partir de la conformación de una nueva dirigencia, más conscientes de la necesidad de unión hispanoamericana, basadas en la revisión de las injusticias, prejuicios y concepciones de los derechos ciudadanos, capaz también de evitar las guerras civiles y el encierro en disensiones provincianas[25].” Poco antes, a fines de 1887, desde Norteamérica, donde era corresponsal de “La Nación”, envía a Buenos Aires un largo relato sobre el ajusticiamiento de los “Mártires de Chicago”. Darío también atraído por ideales libertarios escribirá sobre el militante anarquista español Fermín Salvoechea[26]. Aunque confusamente estos jóvenes indagaban en la cuestión social y la cuestión nacional.
Probablemente uno de los más claros, intelectual y políticamente de esta generación fue el argentino Manuel Ugarte (1875-1951): hijo de estancieros, literato y socialista militante es expulsado del partido Socialista por su posición neutralista ante la Primera Guerra y por condenar la intervención imperialista norteamericana en la secesión de Panamá de la república de Colombia. Recorrió el continente congregando multitudes en su prédica por la Unidad de Latinoamérica y gastándose su herencia personal.[27]
Recién en 1946 cuando ya tenía 71 años, con la llegada del Coronel Perón a la presidencia de la Nación, se le brindará un justo reconocimiento a su permanente lucha designándolo Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en la República de México. Al conocerse su designación sus enemigos (que también lo eran del presidente) lo atacan y difaman. Con claridad responde: “…desde hace años, nosotros hemos predicado la resistencia al imperialismo, la reconstrucción de la economía de nuestros pueblos, ‘ricos para los demás’, la vuelta al tradicionalismo de España, base de la nacionalidad naciente, la utilización del catolicismo para afianzar la nacionalidad, la industrialización de los productos del suelo, la creación de flotas mercantes (…)”[28]
En 1948 es trasladado a Nicaragua donde emocionado recuerda a Rubén Darío “prologuista de su primer libro, y en 1949, es trasladado a Cuba pero Atilio Bramuglia, Canciller de de Perón de origen sindical renuncia y en desacuerdo con algunos aspectos de la política exterior, él también lo hace, aunque manteniendo el apoyo al gobierno del Coronel.
Liquidados sus sueldos, vuelve a Madrid y retoma su ensayo “La Reconstrucción de Hispanoamérica” que es una especie de testamento político. No logra terminarlo pues lo sorprende la muerte, aunque corrige siete capítulos para la edición que preparaba. Su esposa Thérese Desmard, en la edición que realizó Editorial Coyoacán (diciembre de 1961), nos dice que es la tercera vez que en Argentina se publica un libro de su esposo a pesar de haber escrito más de 40 volúmenes.[29] Ugarte aquí define su pensamiento que hoy tiene algo de profecía: “Iberoamérica procede de dos vertientes que nada puede desviar o suprimir: la que emana de la América precolombina y la que irrumpe de la presencia hispana (…) hay que evitar que corran riesgo de desaparecer porque constituyen la promesa de una nueva modalidad humana, de un pensamiento distinto de los valores universales. Tengo ciega fe en Iberoamérica y en su predestinación. Llego a creer que su existencia como organismo autónomo es necesaria para el equilibrio del mundo.”[30] Sin llegar a saberlo Ugarte había logrado la síntesis de los novecentistas con los proyectos latinoamericanistas de los populismos del siglo XX. Murió En 1951 luego de viajar a Buenos Aires, exclusivamente para votar por la reelección del Gral. Perón. El 2 de diciembre, ya en Niza, es encontrado por un matrimonio vecino, sin vida debido a las emanaciones de gas producidas por un calentador del baño dejado con la llave abierta.
Víctor Raúl Haya de la Torre
Rodó imaginó la nueva etapa de latinoamericanismo y se transformó en maestro de juventudes. Tomaba a los jóvenes porque eran los que pobres, ricos o provincianos tenían acceso a los estudios. Entre los trabajadores industriales (no había muchos por el momento) o de servicios no existía la juventud como tal ya que su inserción social estaba dada no por la edad y la posibilidad de estudios sino por el tipo de trabajo que desarrollaban, el cual no difería mucho del de los adultos.
No obstante estas ideas miraban hacia los trabajadores para unirse en una política integral. Si la generación del 900 había logrado espiritualmente concretar una nueva etapa latinoamericanista, será durante las dos primeras décadas del siglo que en distintos países se pondrán en marcha revoluciones o movilizaciones tendientes a democratizar la enseñanza universitaria y unirse a los trabajadores (unidad obrero-estudiantil) en aras de una sociedad más justa. El proceso era impulsado por las clases medias urbanas o en algunos casos agrarias, tal como en México. Revolución esta, nacional y social que antecede a la rusa, aunque la intelectualidad latinoamericana todavía no haya sacado las conclusiones del hecho.
En Córdoba en 1918, estalla la rebelión estudiantil en la universidad contra la permanencia ultra conservadora en los sistemas educativos. Era la expresión de las nuevas clases medias urbanas a las que don Hipólito Yrigoyen auspicia desde la presidencia de la república.
Los estudiantes toman la universidad y redactan un famoso Manifiesto Liminar, redactado por Deodoro Roca, inspirado en Saúl Taborda, así como en José Vasconcelos que desde México hacía llegar sus influencias. El manifiesto hablaba de una revolución latinoamericanista con contenido social. Ya a esta altura la revolución rusa influía en el mundo americano.
Víctor Raúl Haya de la Torre, desde el Perú, hombre provinciano, no limeño, va a ser uno de los pocos intelectuales de la Reforma del 18 que logrará transformar las ideas universitarias de aquellos momentos en un programa político e incluso en un partido, el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) cuya influencia trascenderá el Perú.
Marxismo y populismo
Uno de los aspectos más interesantes del proceso peruano fue que Haya desarrolla un itinerario que bordea el marxismo y la revolución rusa (adonde viaja). Polemizará con José Carlos Mariátegui, hombre del partido comunista peruano aunque con ideas heterodoxas respecto del marxismo. Sin embargo su polémica más dura la establece con el comunista cubano Julio Antonio Mella que sería asesinado por el gobierno del dictador Gerardo Machado. Mella asumiría un marxismo esquemático, “etapista”, negando las políticas de nacionalismo económico y desconociendo las diferencias profundas que existían entre el nacionalismo defensivo de los países coloniales o semicoloniales y los nacionalismos agresivos de las naciones imperialistas.
En realidad es a partir de esta polémicas y la participación de Haya en el Congreso de Bruselas de 1929, que el aprismo evoluciona hacia una postura que algunos politólogos llaman “populismo” (no en forma descalificante) y otros preferimos denominar “movimientos nacionales y populares”.
Es así que de sus vínculos con el “bolchevismo”, Haya pasa a ligarse y sentirse atraído por el Kuomintang chino, el partido de frente nacional construido por Sun Yat Sen, que luego manejaría Chiang Kai Shek, quien le otorgaría un carácter decididamente burgués, siendo finalmente derrotado por el PC de Mao Tse Tung.
El APRA aspiraba a formar un frente de clases de trabajadores manuales, intelectuales, indios, y esto lo mantendría siempre entre permanentes contradicciones y matices políticos. Perseguido por el gobierno dictatorial y oligárquico de Augusto Leguía terminaron la mayoría de sus dirigentes, y el propio Haya exiliados, en distintos países latinoamericanos o algunos europeos. Es en el exilio que terminan de elaborar su programa antiimperialista y latinoamericanista. Numerosas serán las contradicciones de este partido ante distintas situaciones políticas, pero es que justamente esa será la característica de los movimientos nacionales y populares latinoamericanos que difieren mucho de los socialismos europeos, asiáticos y africanos.
Haya de la Torre por ejemplo aceptará la política del “buen vecino” que intenta llevar adelante Franklin D. Roosevelt, pero no será exclusivo de él. El propio Manuel Ugarte uno de los más fervientes antiimperialistas yanquis, sin dejar de serlo, no dejó de encontrar alguna simpatía aunque con sospechas en la nueva postura estadounidense. Sin querer profundizar el tema solo recordemos las variadas contradicciones y matices con relación a los EE. UU. que tuvieron, Octavio Paz, Alfonso Reyes, el propio Vasconcelos en ocasiones y si nos acercamos a la actualidad, digamos que Carlos Fuentes, hombre ligado al progresismo no dejó nunca de ser amigo de Bill Clinton y de sostener sus relaciones estadounidenses. De hecho el gran país azteca no tiene resuelto su contradicción entre el NAFTA y su tradición iberoamericana.
Es dentro de estas ideas nacionales y populares que las nuevas generaciones intelectuales deben sustentar un pensamiento creativo. La unidad latinoamericana no se basa solo en lo económico pero mucho menos es una expresión de retórica e historia. Solo cuando los pueblos adviertan cabalmente las ventajas de la integración económica, cultural, social, estaremos en condiciones de avanzar más allá de lo logrado hasta el momento.
“Calibán” es un monstruo a tener en cuenta pero solo si podemos dar a luz “Arieles” que manejen no solo las ciencias sociales o la filosofía sino la economía y los negocios estaremos en condiciones de enfrentar con realismo a las grandes potencias.
Brasil del 900
También Brasil va a sentir los efectos de una oleada americanista aunque con particularidades. En efecto con el comienzo del siglo (1902) asume el ministerio de Relaciones Exteriores de la nueva República, José María da Silva Paranhos Junior, Barón de Río Branco quien permanecerá en el cargo hasta su muerte en 1912. Es indudablemente el gestor de la moderna diplomacia brasileña, que hizo de Itamaraty, un instrumento de gobierno hábil y poderoso, respetado interna y externamente. Su política oscilará pendularmente entre un acercamiento a EE. UU., por razones comerciales y geopolíticas, (existe una cierta complementariedad entre ambas economías) y una mirada hacia Argentina y Chile, a quienes consideró compañeros estratégicos de ruta para una política sudamericana.
Río Branco tuvo buenas relaciones con el segundo gobierno de Roca y con el de Sáenz Peña, especialmente por el accionar de un gran embajador argentino en aquel país que fue el cordobés Ramón J. Cárcano. La acción diplomática de este ayudó a la firma del primer tratado de ABC (Argentina, Brasil, Chile) que no podrán ver ni Paranhos ni Sáenz Peña porque mueren antes.[31]
Contradictorio, por momentos imitando tal vez sin sentido el armamentismo europeo de la época, con astucias y fuertes razones de estado el Canciller carioca estuvo convencido siempre y actuó en consecuencia: “de que una cordial inteligencia entre Argentina, Brasil y Chile sería de gran ventaja para cada una de las tres naciones y tendría influencia benéfica dentro y fuera de nuestros países”[32]
Es destacable también que en 1892, el historiador lusitano Joaquín Pedro Oliveira Martins en ocasión del 400 aniversario del descubrimiento de América haya propiciado “recuperar la unidad histórico cultural de América Latina”.[33] Con anterioridad, el diputado brasileño Aristide Maia, propuso en la retórica parlamentaria conformar una “Confederación Sudamericana”. Claro está el tema no era solo ideológico, Brasil y Argentina tenían un importante comercio bilateral del que Argentina era acreedor. También Assis Brasil, diplomático originario de Río Grande, el mismo estado del que provendría Vargas, iba a impulsar ya en esta época una alianza integradora de Uruguay, Argentina, Brasil y Chile. Pero quizás la obra precursora de la conciencia latinoamericana brasileña es “A América Latina: males de origem” aparecida en 1903 y escrita por Manoel Bomfin, en la que se denuncia el imperialismo y el colonialismo y se sustenta la idea de “salvarnos juntos”[34]
La generación del 900 no pudo concretar sus designios iberoamericanistas. El poder económico de las fuerzas centrífugas internas y externas era demasiado grande y no bastaba para contrarrestarlo aquel idealismo. Sin embargo el novecentismo ayudó a forjar los intentos revolucionarios de las clases medias hasta ese momento excluidas de la política. La Revolución Mexicana será el cruento puntapié inicial de una oleada de profundo contenido social y latinoamericano, que en la Argentina expresarán pacíficamente Yrigoyen y la Reforma Universitaria de Córdoba. Batlle en Uruguay, Saavedra en Bolivia, el aprismo en Perú o Alessandri en Chile fueron variadas expresiones de este fenómeno que “alcanzó” para disputar cargos en los gobiernos, pero nunca el poder real detentado por las oligarquías y los intereses imperiales de turno.
Algo de realismo para un cambio
Los “graznidos o cantos de una Casandra”, que desde el final de la gran guerra había emitido John M. Keynes, se concretaron en 1929 y como en la mitología griega la profecía fue cruenta, económica y políticamente. En América Latina, la crisis mundial promovería -por necesidad- políticas de proteccionismo económico y un proceso de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Era el reflejo del desinterés provisorio por la periferia, que la crisis mundial imponía a los países centrales. Por ello los liberales criollos se hicieron proteccionistas o “keinesianos” al menos por un tiempo.
En Argentina y Brasil surgen los movimientos nacionales y populares encabezados por Perón y Getulio Vargas respectivamente. Ambos iniciaron procesos transformadores con políticas sociales en beneficio de los más desposeídos. Pero no fueron los únicos casos: México con Lázaro Cárdenas; Chile con las presidencias de Ibáñez del Campo; Bolivia con el intento revolucionario del Mayor Gualberto Villarroel y la triunfante revolución de 1952 encabezada por el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR); Velasco Ibarra en Ecuador; el abortado surgimiento de Eliécer Gaitán en Colombia; Jacobo Arbenz en Guatemala; el intento “febrerista” paraguayo de Rafael Franco dan una muestra del contexto.
Era el “clima” de emancipación colonial de la post-guerra, impulsado desde las colonias y ex-colonias europeas y contradictoriamente desde la propia ONU.
La ISI, y la sustitución de la agricultura de importación, generaron especialmente un crecimiento económico del mercado interno y esto -aunque importante- rápidamente se mostrará insuficiente para superar el estancamiento endémico de las economías nacionales. La necesidad de la integración regional fue vislumbrada entonces por algunos políticos e intelectuales de mirada estratégica. La “unidad” trascendía los idealismos y se transformaba en “necesidad histórica”. En América del Sur es claramente destacable el intento de Ibáñez ya en la década del 30[35] y luego de Perón y Vargas de recrear el eje estratégico del ABC.
La propuesta de Perón tenía antecedentes. Durante el gobierno del Gral. Agustín P. Justo ya existía dentro del Ejército Argentino un grupo de oficiales con inquietudes políticas e intelectuales que apuntaban a esta nueva alianza del Sur, tal era el caso del Gral. José María Sarobe[36] uno de los más influyentes, quien realizó misiones a Brasil en diversas oportunidades, llegando a relacionarse amistosamente con el gobierno de Vargas.[37]
Getulio fue un político de un pragmatismo tal vez superior al de Perón. Sus ideas seguían moviéndose en aquel andarivel histórico de Itamaraty, buena relación con EE. UU. pero también con la Argentina. En ocasión de la visita del presidente Justo a Brasil, el 7 de octubre de 1933 Getulio decía: “Outro dos vossos, também eminente por muitos títulos, Sáenz Peña, colaborador na obra de solidaridade continental, perseverantemente ejecutada pelo segundo Rio Branco, sintetizou o mesmo pensamento, na frase hoje famosa e consagrada – ‘Tudo nos une, nada nos separa’.”[38]
Lo cierto es que Perón, Vargas e Ibáñez del Campo comprendieron que la soberanía política y económica solo era posible si había unidad; que esta se lograría si se comenzaba por Sudamérica y que la suma de los tres era estratégica. Estas tres concepciones son las grandes novedades de la época. Perón y Vargas estaban convencidos de que el acercamiento era la llave del futuro continental. Este detalle no es solo un matiz, es esencial para el porvenir y conserva vigencia. Con agudeza de estadista el Gral. Perón en 1951 dijo: “El signo de la Cruz del Sur[39] puede ser la insignia de triunfo de los penates de la América del hemisferio austral. Ni Argentina, ni Brasil, ni Chile aisladas, pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidos forman sin embargo, la más formidable unión a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. Así podrán intentar desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifacética con inicial impulso indetenible. Desde esa base podría construirse hacia el norte la Confederación Sudamericana, unificando en esa unión a todos los pueblos de raíz latina.”[40]
Lamentablemente todo llegaba demasiado tarde o era insuficiente: en 1954, bajo presión, Vargas se pega un tiro[41] y en 1955 un golpe cívico-militar obliga a Perón a refugiarse en una cañonera paraguaya para salvar su vida. Ibáñez del Campo se debatía en una profunda crisis interna.
Deberá esperarse el siglo XXI para que una nueva oleada con la fuerza de nuevos movimientos nacionales y populares, cobre impulso y una serie de organizaciones tendientes a la integración latinoamericana se vayan concretando. Nos resta concretar las acciones que permitan sellar definitivamente la unidad continental que hace dos siglos se frustró.
Lic. Enzo Alberto Regali (Córdoba)
Miembro de Número del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.