CÓRDOBA NEXO
DE HOMBRES Y REGIONES
He denominado “Córdoba Nexo
de hombres y regiones” a esta breve exposición porque entiendo que la
palabra nexo sintetiza -según el Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española- en gran medida el papel político cumplido por nuestra
provincia en su historia: unión o vínculo. Se “une” lo que no es
exactamente lo mismo o se “vincula” aquello que siendo diferente, diverso o en
ocasiones semejante se entrelaza. Con este concepto no establezco una novedad
para esta provincia. En todo caso, sí estoy rindiendo un homenaje intelectual a
varios historiadores o “politólogos” (de épocas en que esta última denominación
no existía o se usaba poco) que descubrieron este papel relacionante de Córdoba.
Me refiero entre otros a Monseñor Pablo Cabrera, Raúl Orgaz, J. Francisco V.
Silva, Enrique Martínez Paz, Ignacio Garzón, y ya en tiempos más cercanos, don
Carlos Segreti, Santiago Monserrat, Alfredo Terzaga, Efraín U. Bischof o
José “Pancho” Aricó. Seguramente soy injusto al no mencionar a otros pensadores
pero con las disculpas del caso, intento mostrar cómo estos hombres de las más
diferentes filiaciones ideológicas, han llegado -aunque con algunos matices
diferenciadores entre sí- a percibir esta originalidad cordobesa de ser nexo
de hombres y regiones.
Tapa de la importante obra de Raúl Orgaz |
Vale la pena realizar aquí
una digresión. Existe un cierto lugar común que considera que las visiones
“revisionistas” o “críticas” respecto de las grandiosas obras de Bartolomé
Mitre y Vicente Fidel López nacieron en Buenos Aires. No podemos sino con
realismo considerar algo lógica esta visión, que muchos autores trasuntan en
sus textos, sin embargo todos los nombrados y numerosos intelectuales más,
anteriores (aproximadamente 1880) y posteriores, fueron creadores de una mirada
“federal” o “provinciana” de la historia del siglo XIX. No olvidemos que el
puerto no solo enviaba mercaderías al interior sino también su visión del país
que creían había sido construido por ellos casi exclusivamente, lo que no
evitará que estos grandes pensadores elaboraran conceptos diferentes.
El territorio que hoy
conforma la provincia de Córdoba fue cuna de antiguos pueblos originarios. Los
comechingones (ocuparon aproximadamente las serranías, desde Cruz del Eje y Soto
hasta la zona de Río Cuarto, e incluso hacia el este “el importante asiento de
Yucat cercano a la actual Villa María que servía de mercado con pueblos
litorales), los sanavirones que ocuparon el norte de la provincia (Sobremonte,
Río Seco, parte de Ischilín, Totoral y el centro oeste, alrededor del “Mar de
Ansenuza”), los diaguitas (marginalmente hacia Traslasierra y Guasapampa) y los
pampas o puelches al sur de la provincia hacia el límite con el “desierto”.
Estas comunidades elaboraron
su arte, cultura, costumbres y formas de vida, recibiendo a la vez la
influencia de las últimas estribaciones del “incanato”. Es de destacar entonces
que esta región de Córdoba también conocida como “Provincia de Comechingones”
poseía algunas características geográficas benéficas: su clima, los ríos
y arroyos que la surcan, la proximidad con el Paraná, las suaves serranías,
variadas tierras aptas para el trabajo. Al mismo tiempo su vínculo con el
Tiahuantisuyo y los pasos cordilleranos a Chile atraían a la región desde épocas
remotas distintos pueblos con sus propias y originales características. Cierta
sujeción política al imperio incaico hace que Monseñor Pablo Cabrera hable
incluso de una “gran hibridación del idioma”.
Algunas particularidades de
los comechingones y sanavirones subsistieron -a pesar de la llegada violenta
del europeo- como elemento identitario provincial y penetró la idiosincrasia,
el habla o las denominaciones de cosas y lugares de aquellos españoles. Con el
tiempo, criollos, indios y mestizos fueron conformando un conglomerado étnico
al que no le faltó la sufrida contribución de sangre negra de los esclavos
traídos de África por los traficantes.
Primera paradoja digna de
ser destacada. La sociedad monacal, piadosa y excesivamente pendiente de la pureza
de sangre, que llegó a ser la ciudad mediterránea solo logró mantener esta
“virtuosidad” a fuerza de secretos e hipocresías que encubrían en no pocas
ocasiones, las relaciones prohibidas entre todas “las clases”, incluidas las
denominadas “bajas”.
Este encuentro hispano-indio que algunos denominan genocidio, otros invasión o
enfrentamiento entre civilizaciones, fue en realidad, algo de todo
eso al mismo tiempo. Marcó duramente a quienes habitaban estas tierras pero no
dejó indemnes a los recién llegados que a partir de este gran hecho histórico,
en su gran mayoría pasaron a ser americanos, aun cuando su cuna estuviera en la
lejana Europa.
En suma nuestra
geografía, enmarcada por serranías y llanuras, atravesadas por cinco grandes
ríos transversales, que contribuyen a unir territorios, y un antiguo “mar”, o
laguna, generador de vida, imbricó la tierra con los hombres con una fuerza que
sobrevive hasta hoy y que fue enriquecida en la segunda mitad del siglo XIX por
sucesivas oleadas de inmigrantes.
A mediados del siglo XVI se
inicia la etapa fundacional de ciudades y villas. La ubicación estratégica del
territorio cordobés y su topografía será un colaborador aunque no determinante
de un destino que no estaba escrito, sino que esencialmente el hombre y su
idiosincrasia ayudaron a forjar. El rol de Córdoba fue vinculante desde
su génesis como producto de la interrelación de geografía, cultura, economía y
política.
Recordemos aquella vieja
división en corrientes conquistadoras y colonizadoras que nuestros
historiadores elaboraron a favor de la pedagogía, aunque sin tergiversar los
hechos. Así fue como a mediados del siglo XVI don Francisco de Aguirre fundador
de la ciudad de Santiago del Estero (1553), “madre de ciudades”, proveniente de
Chile intentaba sin dejar de buscar oro, favorecer el poblamiento
efectivo, la actividad agrícola, la cría de animales domésticos y el trabajo
artesanal, al tiempo que llegar al Mar del Norte (océano Atlántico) por mandato
de Pedro de Valdivia gobernador de Chile. En esta entrada al territorio
nacional, posterior a la famosa de Diego de Rojas, se produce el primer intento
de fundación de nuestra ciudad, que unos veinte años después concretará don
Jerónimo Luis de Cabrera.
Este último convencido
por la “ideología peruanay altoperuana” -tomando el concepto de Roberto
Levillier- de “abrirle puertas a la tierra”, en la que mucho tuvo
que ver el pensamiento del oidor de la Audiencia de Charcas Juan Matienzo, fue
enviado desde ese norte hispano-incaico, encabezando la expedición que fundará
la estratégica ciudad de Córdoba. El objetivo era llegar a un puerto
sobre el Atlántico y permitir una más rápida y corta ruta a España. El objetivo
tardó dos siglos en cumplirse. La ausencia de un pensamiento estratégico de los
reyes españoles, los Habsburgos -sostenidos por mezquinos intereses
comerciales- impidió y retrasó la creación de una economía más compleja y
sustentable.
El intento de Cabrera de
darle un puerto a la jurisdicción cordobesa, donde había
estado el fuerte de Gaboto -unión del Carcarañá y el Paraná- frustrado por don
Juan de Garay que bajaba de Asunción –la primera “madre de ciudades” para ser
rigurosos con la historia-, resultó un vano intento por torcer lo que la
geografía y la realidad establecían como conveniente. Los puertos serían Santa
Fe y a partir de 1580 Buenos Aires. Resultó más, un magnífico sueño de don
Jerónimo, que una posibilidad real para las circunstancias de aquel momento. No
se define la historia argentina en este acto como establecen algunos autores.
Los puertos atlánticos eran una realidad de aquella primera globalización y el
dicho de San Luis -así intentó llamarlo el fundador- hubiera sido de todas
formas superado prontamente por los arriba mencionados. La decisión de utilizar
el anacrónico y costoso sistema de flotas y galeones que adopta Carlos V,
promovió el poder del Pacífico en el sur del continente pero dicho sistema
estaba condenado a perecer tarde o temprano.
Córdoba en cambio podía ser
-todavía hoy lo es- centro y comunicación bioceánica del cono sur, donde la
masa de la Amazonia y la Cordillera de los Andes dificultan la unión del
Pacífico y el Atlántico excepto en el extremo sur continental donde esta se
produce naturalmente.
Digamos a modo de digresión,
que el corredor bioceánico que hoy, en pleno siglo XXI, atraviesa nuestra
provincia desde Brasil hasta los puertos chilenos del Pacífico cobra diaria
importancia por los nuevos vínculos económicos con los mercados asiáticos.
Sin embargo nada es eterno –el discurrir histórico suele ser implacable- o como
decía Heine “Las épocas históricas son como las esfinges, se precipitan tan
pronto se descifra su enigma”, frase que podemos tomar en sentido negativo o
positivo. O nos forzamos con una mirada de estadistas, a impulsar las obras que
este corredor entre océanos requiere o el hombre, los países, encontrarán
nuevos caminos y formas que mejoren sus necesidades. Reconocer y estudiar el
trasfondo histórico de un acontecer actual puede carecer de significado en
tanto las líneas estratégicas de la política no adopten las medidas que los
tiempos exigen. Si a la insoslayable visión de lo contemporáneo que otorga la
gran ciudad de Buenos Aires no incorporamos una visión federal pero suramericana
como la descripta estaremos auto condenados a políticas menores encabezadas por
economistas sin mayores ambiciones que las de entrecasa.
América Latina es nuestro destino |
Volvamos a la historia. La
fuerza que comienza a adquirir la ciudad de Cabrera a fines del S. XVI no
será sin crisis económicas y políticas pero estas no impedirán que la presencia
de importantes órdenes religiosas, especialmente jesuitas, franciscanos,
mercedarios, dominicos a la vez que sacerdotes seculares, conformen un
importante polo cultural “indiano” en el que convivirán no sin debates las
visiones de San Agustín, Santo Tomás y luego la modernidad ilustrada imbuida de
catolicismo. Esta formación espiritual, que preanuncia la Universidad, unida a
una economía interrelacionante, harán de Córdoba un nexo trascendental con el
Río de la Plata (Santa Fe, Buenos Aires, Paraguay), Cuyo, Chile y el Alto Perú.
No sólo hablamos de población en tránsito sino de un foco
cultural/económico americano.
La universidad, el colegio
de Montserrat, fundado por los Jesuitas, con el apoyo del “insigne bienhechor”
el obispo Fray Hernando de Trejo y Sanabria (justicia hace sobre este tema el
reciente libro de Josefina Piana y Federico Sartori: “1610 El Colegio Máximo de
la Compañía de Jesús en Córdoba” que a la vez muestra los nocivos efectos de la
lucha, claustral o lugareña por el manejo de la historia), así como otros
institutos menores, fueron decisivos a la hora de irradiar saberes en todo el
antiguo Virreinato y con posterioridad en las Provincias Unidas del Río de La
Plata. Es justo recordar que no pocos hombres de los gobiernos revolucionarios,
Juan José Castelli, Juan José Paso, el Deán Gregorio Funes, Pedro Ignacio
de Castro Barros, José Ignacio Gorriti, Mariano Fragueiro, José Javier
Díaz entre otros, así como don Gaspar Rodríguez de Francia futuro Supremo
Dictador de la tierra guaraní, fueron ex alumnos del Real Colegio
Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat y pasaron por la
aulas o terminaron sus estudios en la universidad.
Existen numerosas y ricas
descripciones de la vida indiana en la ciudad colonial. Nos dice Alfredo
Terzaga en su Geografía de Córdoba: “(…) todo lo tenía esta Ciudad, nacida en
el postrer impulso del Renacimiento conquistador y pronto conquistada, a su vez
por las sugestivas y cambiantes formas del Barroco –el modernismo de entonces-
que habría de producir, precisamente en Córdoba, el primer poeta de estas
tierras Don Luis de Tejeda (…)”[1]. Ricardo Rojas en su Historia de la
Literatura lo compara con los grandes poetas del Siglo de Oro, al mismo tiempo
claramente identifica como a pesar del deseado tinte español de la ciudad
mediterránea esta se transformaba en americana. Concluye
Terzaga “(…) Córdoba no se limitó a ser una mera transferencia de
la Madre Patria en tierras de nostálgico extrañamiento, ni tampoco una
resignación ante la comprobada inexistencia de los Cesares fabulosos, sino que
entró a cumplir una vida intensa, batallada y consolidada a cada paso,
endeudada fecundamente a las peripecias de su tiempo histórico y sometida al
influjo estimulante y plasmador de su propio margo geográfico.”[2]
El logro de la construcción americana de
Córdoba se debió al accionar de algunos verdaderos estadistas españoles,
seguramente seducidos por el “Nuevo Mundo”. Tal fue el caso en de Rafael de
Sobremonte quien en su gobernación intendencia (1784-1797) consolidó el
poblamiento territorial en estos lares. Su mirada estratégica lo impulsó al
crecimiento poblacional hacia el norte y oeste con fundaciones como San
Francisco del Chañar, Río Seco, Candelaria, Tulumba, Quilino, Nono. Proteger en
el este de las vías comerciales con el Litoral: el Tío como puesto militar,
Villa del Rosario. Finalmente la definitiva fundación de la Villa de la
Concepción (Río Cuarto) y la Carlota (así denominada en honor al rey) antiguamente
conocida como Punta del Sauce en el sur, ya en la frontera con el indio y el
“desierto”. A esta expansión se suma una verdadera transformación urbana de la
ciudad capital lo que nos devela la importancia del funcionario político con
visiones globales. Hasta por su adversario, el Deán Gregorio Funes tuvo que
reconocer los méritos de Sobremonte. Cierta historiografía demasiado portuaria
en su concepción, concurrirá sin embargo al desprestigio de quien por su
accionar, ya como virrey, durante las invasiones inglesas, cumplió con las
medidas que le marcaban las políticas de esa época.
No se crea que todo fue un
progreso ordenado en aquel prolífico siglo XVIII. Este estuvo signado por
motines de esclavos, rebeliones universitarias, de los estudiantes del Monserrat,
de comuneros de Traslasierra y hasta se hizo sentir en 1780, el impacto de la
gran sublevación de Tupac Amaru ya que a estas provincias del Tucumán se les
ordenó colaborar con la represión. El viejo imperio mostraba fisuras. El
absolutismo borbónico progresista en muchos aspectos se agotaba en un mundo que
avanzaba hacia un mayor liberalismo político y social.
Llegada la Revolución de
Mayo el hecho que las autoridades cordobesas, el gobernador Victorino
Rodríguez, el obispo Rodrigo de Orellana y el popular héroe de la Reconquista
de Buenos Aires y ex virrey, Santiago de Liniers, intentaran resistir a la
Primera Junta de gobierno, hizo hablar a la historiografía clásica de un centro
“reacciónario” en la ciudad. Sin embargo el poco apoyo obtenido por los
rebeldes quedó demostrado por la sencilla como incruenta detención de los
mismos. La mayoría de los vecinos apoyó la nueva situación política, no siempre
con pre claras ideas, hubo de todo, conveniencias, expectativas, oportunismo
pero la mayoría decidió no jugar a la oposición militar.
Es importante destacar el
enfrentamiento/colaboración que se va a dar entre los revolucionarios
cordobeses –que eran encabezados por el Deán Funes- y los de la ciudad capital.
Una vez apresados los partidarios del “antiguo régimen virreinal” el secretario
de la Junta, Mariano Moreno, hombre que había estudiado en Charcas, junto a
quienes lo secundaban en el gobierno como Castelli o el propio Belgrano ordena
el fusilamiento de los rebeldes. Ante esta medida Funes y la sociedad cordobesa
se oponen demostrando ya una actitud contemporizadora, menos radicalizada y
seguramente imbuida de las relaciones interpersonales y hasta familiares que se
establecían en toda aldea. No olvidemos además que Liniers gozaba de prestigio
político. La historia concluyó como ya conocemos todos pero el hecho insinuaba
las distintas políticas en juego para impulsar la revolución. Cornelio Saavedra
por su parte, seguramente habría coincidido con Funes, aunque igualmente aceptó
el fusilamiento.
Las disidencias no quedarían
solo en palabras sino que en numerosas ocasiones se intentarían definir por las
armas. Era la tradicional confrontación entre quienes adherían a posturas
intelectuales e ideológicas y aquellos más pragmáticos. Entre los que buscaban
sostener una centralización del poder en la capital, herencia de la
organización hispana y quienes comenzaban a buscar formas participativas. Si
bien estas últimas estaban influidas por las ideas ilustradas, la revolución
norteamericana y la revolución francesa –el Deán Funes poseyó hasta su muerte
los tomos de la “Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las
artes y de los oficios” traída de España- en realidad el principal sustento
ideológico en América fueron las tradiciones autonómicas de las villas y
ciudades hispanas y especialmente la escolástica tardía elaborada en la
histórica Universidad de Salamanca a principios del siglo XVI, por hombres como
Francisco de Vitoria, Melchor Cano (dominicos) y el jesuita Francisco Suarez
entre otros teólogos. El Deán Funes nunca se alejó del tomismo como eje
conceptualizador, a pesar de ser un introductor de ideas ilustradas. Sus
estudios en la Universidad de Alcalá de Henares que retomaba tradiciones de la
de París y la mencionada Salamanca, ayudan a comprender desde las ideas, las
posturas políticas de este complejo hombre de su tiempo.
Nuevamente nos encontramos
con una Córdoba que vincula/enfrenta las ideas “atlánticas” y
las emergentes del interior profundo. A riesgo de cometer una simplificación,
resultaba nuestra ciudad “peruana y rioplatense” al mismo tiempo.
Su mediterraneidad la
transformó en paso obligado de los ejércitos patriotas que intentaban imponerse
al virreinato del Perú, centro de las ideas más absolutistas e hispanistas. Al
mismo tiempo la interrelación de intereses económicos, sociales e ideológicos,
incitaron a poco del estallido de 1810, a un clima autonómico propio de las
ciudades americanas. Se entiende el enfrentamiento de Funes con el “morenismo”
y su apoyo a una Junta Grande que aunque con cierta inoperancia resultaba de
mayor participación para los pueblos del interior. Había en estos debates
diferentes intereses –tal vez no totalmente contrapuestos- económicos, no solo
políticos y culturales.
Producido los
enfrentamientos entre el federalismo democrático de Artigas y el centralismo de
Buenos Aires. El caudillo oriental forma la Liga de Pueblos Libres que lo
nombra Protector. Su influencia ingresa en Córdoba favorecida por los excesos
centralizadores de los gobiernos porteños pero también debido a ciertos
excesos que protagonizaban los ejércitos patriotas generalmente escasos de los
abastecimientos mínimos para la empresa encarada. El Coronel José Javier
Diaz oriundo de Totoral y dueño de la ex estancia jesuítica de Santa Catalina
encabezará el federalismo naciente. El Cabildo lo elige gobernador en
sustitución de Francisco Ortiz de Ocampo pero en una decisión forzada por las
exigencias del Protector. El “artiguismo” mediterráneo poseía una composición
social parcialmente diferente a la misma tendencia del Litoral. Había un
componente patricio importante que lo expresaba el propio jefe cordobés, así
como también los sectores populares generalmente rurales.
La política llevada adelante
por Diaz es un verdadero paradigma de los nexos que intentará irradiar Córdoba
en la política de las Provincias Unidas. A modo anecdótico podemos referir que
así como en la fábrica de armas de Caroya, según parece, se hizo hacer una
espada que fue entregada al Protector de los Pueblos Libres, al mismo tiempo se
realizaba otra para el oriental jefe del Ejército del Norte José Rondeau[3].
Asimismo enviaba al Dr. José Antonio Cabrera al congreso de Oriente o de
los Pueblos Libres convocado por Artigas y que según los datos que se
conocen declaró la independencia de España y toda otra nación
extranjera antes que se hiciera en Tucumán, aunque sin los efectos
políticos que logró este último. Esta decisión política que lo
acercaba a la Liga de Pueblos Libres, no evitó, que casi al mismo tiempo, Díaz
hiciera elegir diputados al Congreso de Tucumán convocado por el Directorio de
Buenos Aires. Los congresales serán afines a las ideas federales que
ambientaban la docta ciudad.
Una liviandad en el análisis
de estos vaivenes podría llevar a pensar en “oportunismo” o “picardía criolla”
del gobernador. En política nunca existe una sola razón, pero la postura se
correspondía con la bifacialidad cordobesa, el papel moderador,
interrelacionante, de nexo, sostenido por formación cultural y los intereses
cordobeses que coincidían con una mirada de una nación no solo portuaria. La
necesidad de independencia y organización nacional estaba por sobre las
intransigencias, entendibles o no, de los intereses en pugna. A la luz
del desarrollo histórico quedó demostrado el acierto de asistir a Tucumán, así
como cierta falta de reflejo en un heroico Artigas.
Cuando se inician las luchas
por la organización nacional, acorde con la tradición universitaria, se
consolidará un federalismo doctrinario y especialmente, una
fuerte decisión política de organizar constitucionalmente la república. Aun
dentro de los enfrentamientos políticos, los proyectos fallidos del Brigadier
Juan Bautista Bustos primero y luego del General José María Paz o los Reynafé
aliados de don Estanislao López, son demostrativos de una cierta coherencia
ideológica o hilo conductor que pretendía evitar la dictadura de del puerto y
su dominio sobre los recursos aduaneros.
La constitución unitaria de
1826 y la definitiva pérdida de la Banda Oriental por parte de dirigentes
–especialmente unitarios del grupo rivadaviano- que no pudieron, no
supieron o no quisieron mantener la unidad existente antes de Mayo y que
terminaron aceptando la conveniente propuesta de los británicos de crear un
“estado tapón”, ahondará las diferencias entre Córdoba y Buenos Aires,
independientemente de qué gobierno maneje la gran provincia. La indicación de
Juan Manuel de Rosas a Estanislao López en el sentido de no permitir el regreso
de Bustos a Córdoba en caso de que Paz fuere derrotado es demostrativa de
la concepción del federalismo porteño, expresado en la ocasión por el más hábil
político que tuvo Buenos Aires en el siglo XIX.
Luego de Caseros, nuestra
provincia será protagonista central de la unidad nacional. Un hombre un tanto
olvidado, Alejo del Carmen Guzmán será la cabeza de la rebelión del 27 de Abril
de 1852 que integrará a Córdoba al proyecto constitucional que encaraba Justo
J. de Urquiza. Hombre moderado y funcionario de Manuel López, quien a ser
precisos tampoco estaba dispuesto a enfrentar al entrerriano, fue un apoyo
fundamental del vencedor de Caseros.
Si bien Urquiza adoptará las
propuestas constitucionales y políticas del tucumano Juan Bautista Alberdi, al
mismo tiempo procede a designar a Mariano Fragueiro como ministro de Hacienda
de la Confederación, con lo cual introduce un hombre que sostiene variantes de mayor
participación del estado e independencia en la economía que
las sostenidas por Alberdi, cuya postura era la de una estrecha vinculación con
Europa.
También Fragueiro, muestra
su moderación y voluntad de entrelazar los hombres provenientes tanto del
partido unitario como del federal. Sus ideas quedarán expresadas en sus
escritos Cuestiones Argentinas y Organización del
Crédito. Si bien apoyó a Urquiza hasta Cepeda, inicia hacia el final de sus
días un tránsito de acercamiento a Bartolomé Mitre – a nuestro entender
equivocado-, tal vez impulsado por las eternas disidencias locales con su
comprovinciano y presidente Santiago Derqui, pero también porque sus intereses económicos
le hacían buscar la seguridad, que otorgaba Buenos Aires y que a la
Confederación de Paraná le resultaba imposible de establecer.
Mariano Fragueiro |
En el último tercio del
siglo XIX esta conflictiva relación de nexo entre el interior profundo y el
Litoral permitirá el surgimiento de una generación de dirigentes políticos de
Córdoba, entre los que se destaca Miguel Juarez Celman y el tucumano –aunque
“acordobesado”- Julio A. Roca, que luego del interregno mitrista, comienzan a
resistir la prepotencia de Mitre. Córdoba tiene un papel trascendental en la
recuperación del poder nacional por parte del interior provinciano que había
sido derrotado o se había “retirado” en Pavón. Ellos encabezarán la revancha
impensada de las provincias, los antiguos federales encontrarán refugio en el
autonomismo nacional que expresará, ahora con mayor sustento material, la
política de fusión de partidos que se había intentado después de Caseros.
El nexo entre Córdoba y la
generación del 80 cuyas cabezas políticas fueron Roca y Juarez resulta
insoslayable. Este último, será el principal organizador de la Liga de
Gobernadores que permitirá el ascenso de Roca a la presidencia de la nación
como sucesor de su comprovinciano Avellaneda.
En medio de las disputas
políticas que se daban, en un país que todavía definía por las armas, lo
que se votaba -aunque imperfectamente- en las urnas, se producirán dos hechos
trascendentes. El primero fue la incorporación a la nación de los irredentos
territorios del sur patagónico por la campaña al desierto planificada y
concretada por Roca. El segundo fue la federalización de Buenos Aires
para la república ya que hasta el momento el gobierno nacional existía como
huésped del provincial. El intento subversivo de Mitre y Carlos Tejedor será
enfrentado por el mismo General Roca con el pleno apoyo de las provincias. La
batalla no fue incruenta. Natalio Botana sostiene que fue la más sangrienta de
las batallas de las guerras civiles. Nadie de los contemporáneos cree que haya
habido menos de 1000 muertos aunque muchos acuerdan en sostener entre 2500 y
3000.
Desde mediados de los 70
Córdoba pasa a ser meridiano político del país, aunque no por la implicancia
geográfica y astronómica del término, sino por el papel decisivo que cumple en
la concreción de la organización nacional iniciada por Urquiza y la formación
de la moderna república Argentina. Esta afirmación no implica que lo haya
realizado aisladamente, pero sí que sus hombres lograron entrelazar el Litoral
(incluido Buenos Aires), Cuyo y Noroeste tan rico en tradiciones patrióticas
con las necesidades de la Nación emergente.
Con esta generación de
dirigentes cordobeses y bonaerenses del 80 asoma una mirada geopolítica
diferente, cuyo eje principal no será solo el puerto, sino también las
provincias interiores, los territorios todavía no poblados por la república y
parcialmente al menos Suramérica. La generación del 80 es la primera realmente
nacional tanto por su alcance geográfico como por su pensamiento.
Con ella se inicia una
reelaboración de nuestra historia, la que si no siempre llega a confrontar
abiertamente con Mitre y Vicente Fidel López, al menos los discute. Córdoba no
es extraña a este movimiento intelectual que tendrá su época más brillante en
el 900 y su explosión política en la Reforma Universitaria que el uruguayo José
Enrique Rodó había intuido. Ese gran pensador que fuera Saúl Taborda es uno de
los hombres del 900, cuya mirada adopta una ideología americana sin dejar de
elaborar su teoría sobre la democracia comunal enraizada en nuestras mejores
tradiciones. Espiritualmente este grupo será el primero plenamente
Latinoamericano luego de la balcanización sufrida por el viejo imperio indiano,
efecto colateral no deseado, de la independencia.
Podríamos agregar que
las generación del 900 como las posteriores ya no pertenecían totalmente a las
clases dominantes tradicionales sino que en muchos casos los debemos ubicar
socialmente dentro de las nuevas clases medias argentinas conformadas por los
hijos de inmigrantes, que habían accedido a la universidad o eran autodidactas.
Córdoba en definitiva, me
interesa destacar y es lo que he tratado de desarrollar, no debe en este siglo
XXI perder el rol de nexo cultural, político, económico, educativo de hombres y
regiones y por el contrario debe pensarse desde una mediterraneidad
sudamericana. No se trata de contribuir a esto solo espiritual o
culturalmente, la tarea más difícil es la de interrelacionar a los grupos
económicos privados y/o estatales y en definitiva a toda la sociedad,
cuyo destino será microscópico, si se mantiene en el marco que propone una
mirada excesivamente atlántica. Ya no podemos ser un país macrocefálico aunque
este concepto no debe implicar un federalismo decimonónico anti porteño sino el
crecimiento armónico y sustentable del interior hacia el Pacífico también.
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[1] Alfredo TERZAGA, Geografía
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[2] Ibíd. Pág. 96
[3] Roberto FERRERO, Breve
Historia de Córdoba (1528-1995), Alción Editora, Córdoba, 1999, pág.
63.
Córdoba, una mediterraneidad suramericana |
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